martes, 5 de agosto de 2014

Apostillas al refranero. Lágrimas

 
            ¡Qué imprevisible es el azar! Cuando mejores piezas ofrecía la trotaconventos a Juan Ruiz, cuando le había servido ya en bandeja a la hermosa viudita doña Endrina, cuando había puesto al alcance de su arco a la monja doña Garoza, vino sin previo aviso la gran empadronadora y segó con su guadaña a la vieja alcahueta. Como no podía ser de otro modo, el arcipreste de Hita lo lamenta y hace un sentido llanto funeral a la comadre, en el que denuesta y maldice a la muerte en tanto ensalza las virtudes de la correveidile, a quien supone en la Gloria en compañía de los mártires, pues, ¡pobrecilla!, constantemente había sido martirizada en el mundo por cada uno de los dos amantes de tantísimos apaños en que ella celestineó. Elogia sobre todo aquel anzuelo tan sutil del que no había ninguna que escapara. Y en tanto buen cristiano, el clérigo ofrecerá limosnas, oraciones y misas por la eficiente encandiladora, para que Dios la albergue entre sus santos. Claro que para cubrirse las espaldas pide a las damas que no se enfaden con él, pues si la zurcidora de gustos las hubiera servido tan bien como lo había servido a él, también ellas se comportarían del mismo modo. Finalmente, escribe un epitafio para la tumba de Urraca.
 
RECUERDA:
 
¡Lágrimas de cocodrilo!
Lágrimas quebrantan peñas
Lágrimas de damas son agua en la fragua
Lágrimas de mujer lo que no quieren no alcanzan
El labrador siempre está llorando o por duro o por blando
Lágrimas y suspiros mucho desenconan el corazón dolorido
Lloro de hembra no te mueva, que lloro de risa pronto engendra
Ni a la mujer qué llorar ni al perro qué mear nunca le ha de faltar
En mal de niño, cojera de perro y lágrimas de mujer no hay que creer
 
 Lágrimas de puta, amenazas de rufián y juramentos de mercader nunca se han de creer.


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