Con solo cinco vocales, claras,
netas, es nuestra lengua común modelo de eufonía y sonoridad. Admirada y
envidiada al menos desde el Renacimiento a causa de su reciedumbre y vigor, su
armonía y cadencia, permite, bien estructurada, cantar las cuarenta hasta al lucero
del alba que se ponga por delante. Y, sin embargo, a lo largo de la historia,
unas veces por pitos y otras por flautas, por
fas o por nefas, porque pintan bastos o porque pintan espadas, en pocas ocasiones los españoles
han podido usarla con libertad para expresar asuntos candentes. Solo unos pocos, con valentía suicida se han atrevido a hacerlo,
y el más atrevido, ¡cómo no!, Quevedo: No
he de callar, por más que con el dedo, / ya tocando la boca, o ya la frente, / silencio
avises, o amenaces miedo. /¿No ha de haber un espíritu valiente? / ¿Siempre se ha
de sentir lo que se dice? / ¿Nunca se ha de decir lo que se siente?... / Pues sepa
quien lo niega, y quien lo duda, / que es lengua la verdad de Dios severo, / y la
lengua de Dios nunca fue muda.
RECUERDA:
La verdad ama la
claridad
Cantaclaro no tiene
amigos
La verdad huye
de los rincones
La verdad, aunque
amarga, se traga
Boca de verdades,
cien enemistades
La mentira es dulce,
la verdad amarga
Aunque malicia
oscurezca verdad, no la puede apagar
En este pícaro
mundo, a quien habla claro todo le sale turbio
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