domingo, 14 de septiembre de 2014

Apostillas al refranero. Verdad

            Con solo cinco vocales, claras, netas, es nuestra lengua común modelo de eufonía y sonoridad. Admirada y envidiada al menos desde el Renacimiento a causa de su reciedumbre y vigor, su armonía y cadencia, permite, bien estructurada, cantar las cuarenta hasta al lucero del alba que se ponga por delante. Y, sin embargo, a lo largo de la historia, unas veces por pitos y otras por flautas, por fas o por nefas, porque pintan bastos o porque pintan espadas, en pocas ocasiones los españoles han podido usarla con libertad para expresar asuntos candentes. Solo unos pocos, con valentía suicida se han atrevido a hacerlo, y el más atrevido, ¡cómo no!, Quevedo: No he de callar, por más que con el dedo, / ya tocando la boca, o ya la frente, / silencio avises, o amenaces miedo. /¿No ha de haber un espíritu valiente? / ¿Siempre se ha de sentir lo que se dice? / ¿Nunca se ha de decir lo que se siente?... / Pues sepa quien lo niega, y quien lo duda, / que es lengua la verdad de Dios severo, / y la lengua de Dios nunca fue muda.
 
RECUERDA:
 
La verdad ama la claridad
Cantaclaro no tiene amigos
La verdad huye de los rincones
La verdad, aunque amarga, se traga
Boca de verdades, cien enemistades
La mentira es dulce, la verdad amarga
Aunque malicia oscurezca verdad, no la puede apagar
En este pícaro mundo, a quien habla claro todo le sale turbio
 
No hay refrán que no sea verdadero


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