Según la mitología griega, un serial
radiofónico y televisivo inacabable, Tántalo nació de la unión de Zeus con la
ninfa titánide Pluto. Rey de Lidia, casó con Dione, hija de Atlas, que le dio
tres hijos: Pélope, Níobe y Bróteas. Fue muy amigo de los dioses que lo
invitaban incluso a sus ágapes. En uno de ellos, escuchó cierta conversación
por la que llegó a conocer el modo de poder conseguir la inmortalidad. Ni corto
ni perezoso, aprovechó la información en beneficio propio. Debía ser también un
tantico cotilla y, aprovechando que el
Pisuerga pasa por Valladolid, reveló
a los humanos misterios divinos, se apropió de varias bandejas de deleitosa
ambrosía y de alguna crátera de suave néctar que disfrutó con sus eufóricos
amigotes en tumultuosa bacanal. No
satisfecho con todo ello, quiso probar también la clarividencia de los
inmortales y los invitó a un banquete. El muy taimado, mató a su hijo Pélope,
lo cocinó y lo afreció en la mesa como inmejorable manjar. Ninguna de las divinidades
se dejó engañar, salvo Démeter, que turbada por la pérdida de su hija había trasegado
tanto néctar que no se daba cuenta de nada. Ante conducta tan inadecuada, Zeus
se coge un enfado de los tonantes y devuelve la vida a Pélope. Como Démeter
había engullido el hombro del muchacho, los dioses se lo reemplazan por otro de
marfil. Tántalo es condenado a vivir en el Hades, el infierno, acuciado por el
hambre y la sed. Metido en una laguna de aguas cristalinas, cuando ansiosamente
intenta beber, las aguas bajan de nivel. En la orilla, frondosos árboles
ofrecen frutos deliciosos mas, cuando Tántalo quiere tomarlos, las ramas se
elevan y se alejan de su alcance.
¡Pobre! A ver si mitigamos un poco su tortura...
RECUERDA:
Las sardinas frescas, fritas y
frías
El pez fresco, frío y frito, y
tras él vino
Olla sin verdura no tiene
gracia ni hartura
El tocino, el queso, el vino y el amigo, añejos
La perdiz es perdida si
caliente no es comida
Quien tras el caldo no bebe no
sabe lo que se pierde
El pan con ojos, el queso con
cocos y el vino que salte a los ojos
Del conejo, lo que mira al
cielo; de la perdiz, lo que mira al suelo
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