¡Y luego dicen que de tontos no hay nada escrito! Pues
escrito hay sobre Abundio que cuando iba a vendimiar llevaba uvas de
postre, sobre Pichote quien vendió el coche para comprar gasolina,
sobre Pero Grullo, el que a la mano cerrada llamaba puño, y que son más conocidos
que el señor de Alfocea (Zaragoza)
del cual se cuenta que un día, tras haber estado sentado con una visita ante la
chimenea de la sala de su casa, llamó a los albañiles para que derribasen la
chimenea y la construyesen unos metros más lejos de los sillones que habían
estado usando, ya que se recibía allí demasiado calor. Y más que el tonto del bote, quien en el siglo XIX, sentado en una silla a la puerta de
San Antonio del Prado, recogía limosnas en un bote de cuero; cuentan que cierto
día se escapó un toro que puso en fuga a todo hijo de vecino, pero no al
mendigo, que permaneció impávido, haciendo el don Tranquedo, mientras el toro
lo olisqueaba. No es este el único
tonto-listo, porque los hay que, como el
bobo de Perales o el bobo de Coria
se pasan y dan en espabiladillos. El de Coria violó a su madre y a las
hermanas, y tras la fechoría preguntaba si aquello era pecado. Por cierto y
para que nadie se llame a engaño: nada tiene que ver con este individuo, el
bufón de la Corte Juan Calabazas, inmortalizado por Velázquez en su lienzo El bobo de Coria. Para acabar, también Carracuca, capigorrón siempre sin blanca,
se las ingeniaba para colarse de bóbilis bóbilis
en convites ajenos.
RECUERDA:
Es tonto, pero se mete en casa
Como soy paleto, aquí me meto
No hay tontos para su provecho
Hágome el bobo y como de todo
Como no cuesta nada, sartenada
Al hombre obtuso, hácelo agudo el
uso
No hay tonto que tire piedras a
su tejado
Soy bobo y bobeo: escribo lo que
me deben y borro lo que debo
Mal de muchos, consuelo de tontos
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