La
palabra española hipocresía procede de una forma latina tardía hypocresía, que el latín había tomado
del griego también tardío hypokrisía
(clásico hypókrisis). No os extrañéis
de cosas como esta: las lenguas son entidades envidiosas, cotillas y cleptómanas:
basta que una disponga de un vocablo del que otra carece, para que la carente,
aunque sea hermana de la poseyente, se la apropie. Eso fue lo que sucedió entre
el griego y el latín. Y casi lo mismo entre el latín y el español, con la única
diferencia de que el español era lengua hija del latín, así que hacia 1438 se
llevó la palabra de la nevera de la madre. Y la madre, claro, ¿qué iba a
decir? Nada; simplemente sonrió. Desde entonces tenemos a la hipocresía asentada
en nuestro país. Lo curioso es que el griego utilizaba el término para
referirse a la representación que el actor hacía de su papel en el escenario (hypo = ‘máscara’ + krisía = ‘respuesta’). Antes de Esquilo, los
papeles de la tragedia eran representados por un solo actor, quien, aparte de
calzarse elevada plantilla llamada coturno
para semejar más alto, cubría su cara con la máscara correspondiente a cada papel.
El actor teatral recibía el nombre de hypokrité,
‘hipócrita’. Por extensión, el que en la vida real fingía y no se
comportaba de modo natural pasó a denominarse también hipócrita. En 1664,
Molière da a conocer su primera versión del Tartufo y desde entonces el término
se especializa para aplicarlo a los que fingen la virtud que no poseen o aparentan
la devoción que no sienten.
martes, 14 de octubre de 2014
Apostillas al refranero. Hipocresía
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