Al contrario que del varón, cuando
el refranero habla de la mujer que va al casamiento (que no al ‘ajuntamiento’ o ayuntamiento), aunque hay refranes que afirman lo contrario, lo más
frecuente es que la ofrezca yendo al
altar con una mano delante y otra detrás, de modo que
el matrimonio es para ellas una forma de dar
en el clavo, de acertar en la vena
(de oro), de pulsar la tecla adecuada
y atinar en la diana. Las cuatro cosas a la vez. Sobre todo cuando, llegada ya
cierta edad, a punto de perder el último
tren, están compuestas y sin novio,
ya no venden una escoba y temen quedarse para
vestir santos el resto de sus días, de modo que se apuntan a un bombardeo
o se agarran a un clavo ardiendo.
Vamos, que les viene de perilla, como llovido del cielo. Contra esta opinión las mujeres casadas,
entradas en años, se rebelan, sobre todo cuando se ponen exquisitas,
sentimentales y místicas al echar la
vista atrás. Estiman que hay que estar como
una regadera, como un cencerro, como
chota o cual cabra en ayuno y esperando el agua mayo que no cae, para meterse en berenjenales como en los que ellas entraron, que si lo
llegan a saber... ¡ay, si lo llegan a
saber! (suspiro). En fin, para
gustos se hacen los colores.
RECUERDA:
Tetas y culo y dinero ninguno
Mejor es casarse que abrasarse
Sea marido aunque sea de palo
El casamiento y el caldo,
pelando
Casamiento malo pronto es concertado
No bebas por botija ni des al forastero
tu hija
Cásame enhoramala, que más vale
algo que nada
La que se casa con viudo rival tiene
en el otro mundo
Esperando marido caballero, lléganme
las tetas al braguero
Sírvelo como a marido y guárdate
de él como de enemigo
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