Hay en el refranero una enorme
diferencia entre la consideración que se da al hombre y a la mujer en lo que al
casamiento se refiere. Considerados en su mayoría, aunque también los haya de
la tendencia contraria, los refranes sostienen que el matrimonio (no el ‘ajuntamiento’ o ayuntamiento) es para el varón una tabarra, una verdadera lata,
una matraca y una auténtica murga; todo al mismo tiempo. ¿Y por qué?
Porque estiman que la unión conyugal es una metedura de pata, una pérdida de
libertad y un quebradero de cabeza, ya que los hombres caen en el garlito fácilmente y se dejan atrapar pues al hallarse
en calentura no son conscientes de que se
meten en un berenjenal. Una vez casados, las mujeres los atan tan corto que van con la soga al cuello y los traen
por la calle de la Amargura. ¡Pobres! Han
visto las orejas al lobo y, aunque tragan
quina, entran por el
aro, ya que se les encoge el ombligo
y cargan con el mochuelo, a fin de
que no se arme una zaragata o un zipizape
como el de San Quintín, pues se les vería el plumero.
En la próxima apostilla trataremos
la segunda parte, aunque segundas partes nunca fueron buenas, si es que buena
hubiera sido la primera, cosa que dudo un montón.
RECUERDA:
Casarás y amansarás
Ni cases sin ver ni firmes sin
leer
El casamiento y el caldo, pelando
Casar lejos de casa es beber en
calabaza
Ni fea que espante ni hermosa que
mate
Cásate y tendrás mujer que te
cosa a la pared
Ir a la guerra, navegar y casar
no son de aconsejar
Quien con mujer bella casa de
su honra se descasa
Cásate: gozarás los meses primeros
y después desearás la vida de soltero
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