En la mitología griega, las arpías
(o harpías), nombre que significa raptoras,
eran personificaciones de las fuerzas desatadas de los elementos, sobre todo de
los elementos marinos. Hijas de Poseidón (dios del mar, en cuyo fondo habita un
suntuoso palacio del que sale siempre montado en lujoso carro tirado por
animales, mitad serpiente mitad caballo, armado con un tridente, símbolo de su
poder) y de Electra (oceánide transformada en una de las estrellas de las
Pléyades) habitaban en las islas Estrófadas. Celeno simbolizaba la oscuridad, Ocípete la ligereza en las alas, Aelo la borrasca y Zíela
la tempestad. Se las representaba como pajarracos con rostro y busto de mujer,
de cuerpos huesudos dotados de pico y garras. Despedían olores infectos.
Rapidísimas y crueles, raptaban a los niños y depositaban los cuerpos muertos
en el Hades. Causaban repugnancia a los propios dioses que no las destruían
porque las utilizaban como instrumentos de castigo a los hombres. Ellas, por
ejemplo, se encargaban de ensuciar la comida del ciego Fineo, rey de Tracia, hasta
que los argonautas lo liberaron de su horrendo acoso, a cambio de lo cual les enseñó
el camino hacia la Cólquida. Como reminiscencia mítica, llamamos hoy arpía a la
mujer perversa, fea y huesuda, por flaca, y también a la persona codiciosa que con
malas artes procura obtener el máximo provecho de cualquier situación.
RECUERDA:
Ante mis dientes no hay parientes
Quien todo lo quiere todo lo pierde
Salga pez o salga rana, a la capacha
El que todo lo quiere de rabia muere
Cada uno arrima el ascua a su sardina
Quien todo junto traga, todo junto
caga
Pagar en tres etapas: tarde, mal
y nunca
Cada uno quiere llevar el agua a
su molino
No serás estimado si solo de ti
tienes cuidado
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