En el
siglo XVII, el religioso mercedario fray Gabriel Téllez, quien utilizó como
dramaturgo el seudónimo Tirso de Molina,
creó con El Burlador de Sevilla y Convidado
de piedra el mito humano y literario más universal: el Don Juan, símbolo
del hombre audaz, del conquistador irresistible, del seductor amoroso por
excelencia, cuya meta es conseguir su satisfacción sexual por encima de todo, no
importa los medios que haya de usar para conseguirlo. Una tras otra, las
mujeres de cualquier condición social van engrosando el listado de sus engañifas:
la duquesa italiana Isabela; la pescadora tarraconense Tisbea; la dama
sevillana doña Ana de Ulloa, a quien consigue tras interceptar una carta
dirigida a su prometido el marqués de Mota, y a cuyo padre, el comendador don
Gonzalo, mata; la campesina doshermanense, recién desposada, Aminta. Una
y otra vez a lo largo de la obra se llama la atención de don Juan Tenorio
acerca de “... que hay Dios y que hay
muerte...”, de que “no hay plazo que no
se llegue / ni deuda que no se pague”; mas el burlador contesta siempre: “qué largo me lo fiáis”. Voces misteriosas siguen advirtiéndole, “mientras en el mundo viva / no es justo que
diga nadie: / ‘Qué largo me lo fiáis’, / siendo tan breve el cobrarse”. Así
que, cuando se enfrenta a la estatua de piedra del mausoleo del comendador siente
que un fuego infernal lo invade y, aunque pide confesión, muere réprobo: “Esta es la justicia de Dios: / quien tal hace
que tal pague”.
RECUERDA:
Si haces mal, espera otro tal
Empréñate de aire y parirás viento
El mal para el que lo fuere a buscar
Malo vendrá que a mí bueno me hará
Hecho malo al corazón y al cuerpo
hace daño
Doblada es la maldad que procede
de amistad
No hay generación donde no haya
puta o ladrón
No hay plazo que no se cumpla ni
deuda que no se pague
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