lunes, 8 de diciembre de 2014

Apostillas al refranero. Qué largo me lo fiáis

            En el siglo XVII, el religioso mercedario fray Gabriel Téllez, quien utilizó como dramaturgo el seudónimo Tirso de Molina, creó con El Burlador de Sevilla y Convidado de piedra el mito humano y literario más universal: el Don Juan, símbolo del hombre audaz, del conquistador irresistible, del seductor amoroso por excelencia, cuya meta es conseguir su satisfacción sexual por encima de todo, no importa los medios que haya de usar para conseguirlo. Una tras otra, las mujeres de cualquier condición social van engrosando el listado de sus engañifas: la duquesa italiana Isabela; la pescadora tarraconense Tisbea; la dama sevillana doña Ana de Ulloa, a quien consigue tras interceptar una carta dirigida a su prometido el marqués de Mota, y a cuyo padre, el comendador don Gonzalo, mata; la campesina doshermanense, recién desposada, Aminta. Una y otra vez a lo largo de la obra se llama la atención de don Juan Tenorio acerca de “... que hay Dios y que hay muerte...”, de que “no hay plazo que no se llegue / ni deuda que no se pague”; mas el burlador contesta siempre: “qué largo me lo fiáis”. Voces misteriosas siguen advirtiéndole, “mientras en el mundo viva / no es justo que diga nadie: / ‘Qué largo me lo fiáis’, / siendo tan breve el cobrarse”. Así que, cuando se enfrenta a la estatua de piedra del mausoleo del comendador siente que un fuego infernal lo invade y, aunque pide confesión, muere réprobo: “Esta es la justicia de Dios: / quien tal hace que tal pague”.
 
RECUERDA:
 
El que la hace la paga
Si haces mal, espera otro tal
Empréñate de aire y parirás viento
El mal para el que lo fuere a buscar
Malo vendrá que a mí bueno me hará
Hecho malo al corazón y al cuerpo hace daño
Doblada es la maldad que procede de amistad
No hay generación donde no haya puta o ladrón
No hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague
 
 La mejor almohada es la conciencia sana


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