Las promesas que nunca se cumplen y
las palabras elegantes, pero vacías suenan
a música celestial. No obstante, algunos tratados medievales de música
distinguían la música de las esferas que se manifestaba en la regular distribución
de los astros en el universo, en las distancias existentes entre ellos, en la
velocidad de sus movimientos, en la armonía con que se trasladaban, y también
en la consonancia con que se suceden los diferentes tiempos y las distintas
estaciones. Acorde con esa música cósmica, hablaban de la humana, que reflejaba
la armonía cuerpo-espíritu. Y se referían también a un tercer tipo: la instrumental
o material. Todas ellas son concordes; en consecuencia, por la belleza en la
ejecución de la música instrumental, el alma humana, desasida de lo material,
puede elevarse a las más altas esferas. Es una concepción platónico-pitagórica
que fray Luis de León hace propia en las dos odas quizá más bellas de las suyas
originales: la tercera, dedicada al catedrático ciego Francisco Salinas, en la
que, Fray Luis, al escuchar la música instrumental de su amigo, se siente
transportado a esferas más altas; y la octava, Noche serena, donde, tras ofrecernos
la antítesis tierra/cielo, es decir, la antítesis entre su vida ajetreada de
lucha constante en la Universidad frente al sosiego de la noche estrellada en
La Flecha, a orillas del Tormes, y tras hacernos una descripción de la bóveda
celeste expresa su ferviente anhelo de paz y de Dios: “Inmensa hermosura / aquí se muestra toda, y resplandece / clarísima
luz pura, / que jamás anochece: / eterna primavera aquí florece”.
Hablar poquito y mear clarito
Por hablar poco, nada se pierde
Quien quiera ser rico ahorre del
pico
La olla en el sonar y el hombre
en el hablar
Habla poco, escucha más y no te
arrepentirás
Al buey por el cuerno y al hombre
por el verbo
El poco hablar es oro y el mucho
hablar es lodo
Si quieres hablando no errar, piensa
primero qué hablar
A quien no habla no lo oye Dios
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