Ya queda dicho en otra apostilla que el reinado de Enrique IV Trastámara
fue un avispero de conspiraciones de la nobleza y del alto clero contra el rey,
que el nacimiento de la princesa Juana y el encumbramiento de Beltrán de la
Cueva dieron lugar a la formación de una liga nobiliaria encabezada en secreto
por el marqués de Villena, no el de la Cueva
de Salamanca, que había fallecido
en 1434, sino el intrigante Juan Pacheco, duque de Escalona, recompensado con
el marquesado de Villena por su participación en la primera batalla de Olmedo a
favor de Enrique. El tal Juan Pacheco era un pozo de intrigas y deslealtades y
un costal de embustes y falsedades: pactaba en secreto con la nobleza contraria
al rey y al mismo tiempo denunciaba ante el monarca las conspiraciones
nobiliarias que él mismo alentaba. Sustituido en el marquesado por Beltrán de
la Cueva, apoyado por el arzobispo de Toledo, tío suyo, por el almirante de
Castilla, el maestre de Calatrava, los condes de Benavente, Plasencia, Alba,
Paredes, y el obispo de Coria, llegaron a conjurarse y a entrar en palacio con
la intención de apoderarse del monarca. Aunque no lo lograron, humillaron al
rey posteriormente, a quien obligaron a firmar el pacto de Cabezón, un
irrespetuoso manifiesto acusatorio que Enrique, en lugar de reaccionar con la
energía y la dignidad que la situación exigía, aceptó. Más tarde, desencadenada
la guerra civil, derrotado el infante Alfonso en la segunda batalla de Olmedo,
se dice que mandó envenenarlo, por lo que abrazó la causa de su hermana Isabel;
mas, enojado por el matrimonio de esta con Fernando, intentó volver al servicio
del rey Enrique.
El que en sí confía yerra cada día
Necios y porfiados hacen ricos a los letrados
Otro gallo le cantara si buen ejemplo tomara
Todos los frutos maduran, pero el pero nunca
Donde sacan y no echan, buscan y no encuentran
Da Dios alas a la hormiga para que se pierda más deprisa
Quien predica en el desierto pierde el sermón y quien lava la cabeza al
asno pierde el jabón
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