Contaba
fray Luis de León 32 años, cuando, tras contraste entre aspirantes, se le
encargó de la primera cátedra que regentó en la Universidad de Salamanca. Entre
las órdenes religiosas que habitualmente proveían de aspirantes existían
rivalidades y celillos por ocupar los puestos más destacados e importantes y se
producían enfrentamientos a causa de los distintos puntos de vista respecto a
asuntos teológicos y a las diferentes posturas personales acerca de problemas
universitarios. Una de las órdenes con mayor prestigio y más raigambre en
Salamanca era la de los padres dominicos. Que de pronto un agustino como fray
Luis fuera preferido para ocupar una cátedra encendió las alarmas en la orden
hasta entonces preeminente. Como el temperamento de fray Luis era
extraordinariamente apasionado, poco dispuesto al silencio y a la transigencia
cuando consideraba que algo era arbitrario, equivocado o injusto, surgió una
abierta enemistad con los dominicos que acabaría en el proceso inquisitorial en
que se le acusaba de defender el texto hebreo del Antiguo Testamento y
preferirlo a las ediciones latinas de la Vulgata, y lo acusaba también de haber
traducido directamente al castellano los textos bíblicos del Cantar de los Cantares, pese a las prohibiciones del Concilio de Trento. Durante
cinco años pasó un calvario en cárceles
de la Inquisición, aunque no se arrugó lo más mínimo y salió siempre airoso. El
padre León de Castro fue uno de sus más rigurosos acusadores, y el también
dominico fray Vicente Hernández llegó a afirmar que no encontraba diferencia de
su versión castellana del Cantar de los
Cantares y las poesías eróticas de Ovidio. A lo que fray Luis contestó que
no debía conocer el latín, pues su traducción decía exactamente lo mismo que el
texto latino y hasta entonces no se había sorprendido de lo que el texto de la
Vulgata decía.
Al hierro el orín, y la envidia al ruin
Al envidioso se le afila el gusto y le crece el ojo
Si la envidia fuera tiña, ¡cuántos tiñosos habría!
La gallina de mi vecina más huevos pone que la mía
No puede gozar lo suyo pleno quien suspira por lo ajeno
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