viernes, 19 de junio de 2015

Apostillas al refranero. Desengaño


            En la ciudad de Salamanca, al final de la calle Jesús, colindante con la plaza de Colón, se alzan dos palacios renacentistas el de Abrantes (siglo XV), del que no se conserva más que la torre, y el de Orellana (siglo XVI). Con anterioridad el nombre era calle del Ataúd, la misma en que el poeta romántico José de Espronceda nos presenta una noche al protagonista de El estudiante de Salamanca, aquel segundo don Juan Tenorio, alma fiera e insolente, irreligioso y valiente, altanero y reñidor; siempre en lances y en amores, siempre en báquicas orgías; corazón gastado, mofa de la mujer que corteja, y, hoy, despreciándola, deja la que ayer se le rindió. Sí, don Félix de Montemar, quien atraído una noche por la visión de cierta hermosa dama vestida de blanco, cuyo rostro lleva oculto por velo del mismo color, la va siguiendo por las calles salmantinas hasta el momento en que pierde la noción del lugar en que se halla. Y entonces una serie de espectros sale de las tumbas y en horrible salmodia entonan un canto que habla de amor, pues la esposa ha encontrado a su dueño y señor. Y es que la enamorada del joven, Elvira, había muerto de amor y despecho al saberse abandonada por el galán. Y allí mismo, entre las tumbas, ante los espectros, al retirarle del rostro el velo, el estudiante descubre que la blanca dama de sugerente andar a la que ha seguido no es sino un descarnado esqueleto.

 
RECUERDA:

 
No  hay pan sin afán
No hay atajo sin trabajo
No hay barranco sin atranco
No todo el monte es orégano
Peor es el roto que el descosido
Cada sendero tiene su atolladero
Huyendo del perejil, le nació en la frente
No hay mayor dificultad que la poca voluntad

 Lo que no se empieza nunca se acaba

 

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