miércoles, 30 de marzo de 2016

Apostillas al refranero. El herrero metamorfoseado


            En un pueblecito del Pirineo oscense vivía un herrero fuerte, alto, corpulento y, es fama, más peludo que un oso. Jurador empedernido, tenía un genio tan endemoniado que nadie había querido casarse con él, así que vivía solo en su fragua y, cuando no trabajaba en ella, solo deambulaba por los bosques cercanos donde cazaba. Tan terrible era su genio que hasta los animales que herraba se le sometían y permanecían quietos como estatuas de piedra no fuera el herrero a enfadarse y diera un par de vueltas más a la cuerda con que les lazaba el morro. Un día de cellisca se acogió al pueblo un mendigo que fue pidiendo limosna casa por casa. Los vecinos le entregaban lo que podían, compasivos en un día tan duro como aquel. Cuando llegó a la herrería, pordioseó una vez más. Trabajaba el herrero en aquel momento una pieza candente para hacer una herradura. Como el mendigo insistiera, detuvo su quehacer, lo miró con despreció, rezongó y, arrojando la herradura a los pies del pobre mandó desabridamente que se la pusiera y se fuera a pastar a un prado. Sorprendido el indigente y enfadado por el maltrato que recibía y no había en modo alguno merecido, con voz firme y profunda, cargada de reproches, le dijo: Más que hombre pareces un oso, y en oso te transformarás. Podrás subirte a los árboles, pero no al arto, que te pinchará, ni al abeto, porque en él patinarás. Y, en efecto, al instante se convirtió en un descomunal oso gris que salió huyendo de la llama del fogón y se refugió en el bosque cercano. Dicen los lugareños que  todos los osos que posteriormente surgieron en la zona son hijos del herrero malhumorado y que por eso son tan peludos, pueden andar sobre las dos patas traseras y trepan a los árboles, excepto el arto y el abeto.

RECUERDA:

 Zapatero, a tus zapatos
Cada ollero alaba sus pucheros
El médico, mozo; el boticario, cojo
El médico viejo, y el mozo, barbero
En casa del herrero, cuchillo de palo
El ruin barbero no deja pelo ni cuero
A quien cuece y amasa, de todo le pasa
En casa del gaitero, todos son danzantes
De pobres pañales, obispos y cardenales
De músico, poeta y loco, todos tenemos un poco
Cada puerta anda bien en su quicio y cada uno en su oficio

 El sol, el médico y el alguacil por doquiera entran y vuelven a salir

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