jueves, 24 de marzo de 2016

Apostillas al refranero. Nieves, osos y reyes


            Uno de los personajes más sobresalientes de la Casa de Aragón es Alfonso I, conocido por el sobrenombre ‘El Batallador’. Hijo segundón de Sancho I, había sido destinado por su padre para clérigo, por lo que comenzó a recibir formación ascética, primero con los frailes de Aísa y después en el monasterio de San Pedro de Siresa, formación que fue templando poco a poco su cuerpo y su espíritu. Se cuenta que cuando tenía doce años, una tarde de asueto salió del monasterio con un grupo de compañeros por las fragosidades del Pirineo, allá donde el Aragón se abre paso en la roca por una garganta que deja dos altísimas paredes de piedra cortadas a pico, en el paraje conocido como Boca del infierno, en cuyo fondo rugen las turbulentas aguas del río. De pronto, un enorme oso al que sin querer habían molestado surgió de entre la maleza, erguido sobre sus patas traseras, dispuesto a lanzarse sobre los alborotadores que pusieron pies en polvorosa buscando refugio lo más lejos posible de la encolerizada fiera, excepto Alfonso, quien sin movimientos bruscos que pudieran excitar más al animal montó una saeta en su arco, tensó la cuerda, disparó y el proyectil se alojó en el pecho del oso, aunque no consiguió sino irritar al plantígrado que avanzaba hacia su presa. Instintivamente el muchacho retrocedía, puñal en mano, hacia donde solo podía hacerlo: el precipicio. De pronto dio un traspiés y cayó. Afortunadamente sus manos pudieron asirse a unas matas de boj que lo salvaron de morir despeñado. Cuando todo parecía perdido, un grupo de pastores, atraído por los rugidos del animal, lo apedreó y, mientras unos ayudaban al chiquillo, otros remataban a la fiera. Dicen que de esta circunstancia nació el Cuerpo de Monteros Reales que tan leal y eficazmente había de servir a Alfonso cuando, muerto su hermano Pedro I sin descendencia viva, hubo de reinar en los territorios de la Casa de Aragón.

RECUERDA:

 La sierra con la nieve es buena
Ganar cría buena sangre; perder, mala
Ni mesa sin pan ni ejército sin capitán
El que tropieza y no cae adelanta terreno
O calzad como vestís o vestid como calzáis
A las letras con babas, a las armas con barbas
La tierra que me criare, démela Dios por madre

 Culpa no tiene quien hace lo que debe

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