Según
la mitología griega, Atlante, de carácter dulce y pacífico, vivía feliz en el
jardín a que sus hijas, las Hespérides, habían dado nombre. Inmerso en la lucha
que los gigantes mantuvieron contra los dioses del Olimpo, cuando fueron
vencidos, Atlante se vio condenado a sostener la bóveda celeste sobre sus
espaldas. Sus hijas, ninfas de Poniente, ayudadas por el dragón Lagon velaban
las manzanas de oro que Gea había regalado a Hera cuando esta se desposó con
Zeus. Heracles, hijo de Zeus y Alcmena, mortal, esposa de Anfitrión, de quien
el padre de los dioses se había encaprichado, se enamoró de la más bella de las
Hespérides, Pirene, pero la muchacha lo rechazó, así que el gigante,
encolerizado, dio con su clava un golpe tal en la tierra que quedó hecha
pedazos, de modo que por el estrecho de Gibraltar, el agua del Mediterráneo se
precipitó sobre la Atlántida que quedó inundada, en tanto que en el Mare
Nostrum, al descender el nivel, aparecieron las islas del mar Egeo. Asustada
Pirene, huyó y se refugió en una zona recóndita e idílica entre pastores y
gentes de campo. Heracles la buscó por todas partes sin hallarla y ya se
encaminaba a donde la joven se había escondido, cuando ella incendió los
bosques que ardieron como yesca. Al fin, el gigante la halló, pero la muchacha
expiraba y dicen en el Somontano oscense que sus lágrimas formaban ibones de
color azul celeste, de modo que Hércules no pudo sino lamentarse y llamar a los
Titanes para que lo ayudaran a levantar el colosal mausoleo al que se dio el
nombre de Pirineos, en honor a la amada muerta. Pirene y sus hermanas fueron
metamorfoseadas en estrellas que recibieron el nombre de Pléyades.
Bien ama quien nunca olvida
Riñas de enamorados, amores doblados
Mala señal de amor huir y volver la cara
Quien celos no tiene no tiene amor verdadero
Riñen los amantes y quiérense más que antes
Quien bien quiere a Beltrán, bien quiere a su can
No dice más la lengua de lo que siente el corazón
Amor, tos, humo y dinero no se esconden mucho tiempo
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