Tres
eran nuestras posiciones respecto a la procesión de Corpus Christi. El grupo
más numeroso había alquilado sillas, casi todas en Zocodover, que deberían
ocupar en su momento, nunca después de las once; decidieron salir tarde y
callejear hasta que hubieran de ocupar sus localidades. El segundo, en teoría
el menos condicionado y, en consecuencia, el más libre, oiría misa a las diez
en San Ildefonso y vería la procesión donde cuadrara. El tercero iría a
participar en la misa de rito mozárabe en la catedral, vería salir la comitiva
por la Puerta Llana y procuraría después desplazarse al exterior para ver el
séquito completo. Mi mujer y yo pertenecíamos al tercer grupo, que debería
dirigirse pronto al templo catedralicio, llegar a la Plaza de las Cuatro
Calles, bajar la pronunciada cuesta de la Chapinería y entrar por la Puerta del
Reloj, única abierta para el pueblo llano. Así lo hicimos, y en el lateral
izquierdo del coro encontramos algunas plazas, cuando ya desesperábamos de poder
aposentar el antifonario. Naturalmente hubimos de seguir la misa por las
pantallas del circuito cerrado de televisión.
Las
fiestas del Corpus se celebran en Toledo desde hace ochocientos años. Hasta 1991
el día grande había sido siempre jueves, de acuerdo con la conocida máxima: “Tres
jueves hay en el año / que relumbran más que el sol: / Jueves Santo, Corpus
Christi / y el día de la Ascensión.” A partir de 1991 pasó a realizarse en
domingo. El cambio no agradó, así que en 2004, acogiéndose al calendario
litúrgico mozárabe, volvió a celebrarse en jueves, aunque la liturgia y la
procesión se repetía de nuevo el domingo. El año 2010, aprovechando el Congreso
Eucarístico, se festejó solo el jueves y así se ha continuado hasta hoy. Y ya que hemos empezado el capítulo de curiosidades,
os ofrezco otra: Hasta 2010 a la procesión asistía la Compañía de Honores de
los Caballeros Cadetes de la Academia de Infantería con Bandera y rindiendo
Honores. Hoy lo hacen, sin Bandera y sin los tradicionales Honores, de acuerdo
con las normas de protocolo militar que fueron decretadas ese mismo año.
La
misa hispanomozárabe, teniendo el mismo objeto que la de cualquier otro rito,
ofrece algunas diferencias con la de rito romano. Lo primero que llama la
atención es que todos los cantos se hacen en latín. Tras las oraciones
iniciales, se proclama la Palabra, y después se preparan las ofrendas, lo mismo
que en el romano; pero inmediatamente se hace una serie de intercesiones
solemnes y a continuación se celebra la Paz. Sigue la Consagración, y de modo
inmediato se recita el Credo. La fracción de Pan es sumamente curiosa: El
sacerdote parte el pan consagrado y va colocando en forma de cruz los
fragmentos, excepto los dos últimos, al tiempo que evoca los misterios que se
celebran a lo largo del año litúrgico: Encarnación, Nacimiento, Circuncisión,
Aparición, Pasión (en vertical); a un lado y otro de Nacimiento, Muerte y
Resurrección; fuera de la cruz, Gloria y Reino. Tras la fracción del Pan se
canta, naturalmente en latín, el Pater
noster y se da la bendición al pueblo. La comunión se hace bajo las dos especies.
Acabada
la misa, poco tardó en comenzar el desfile procesional. Nos colocamos en el
trascoro y alguna, cual cabra en prominente risco escarpado, se subió a un
banco para no perder detalle. ¡Ay, las elegantes maneras de nuestra esmerada
educación!
Estruendosos
bombazos, como si de salvas de artillería se tratara, anunciaron la salida de
la cabeza de la procesión. Por la nave derecha vimos pasar al Pertiguero y los
Flanqueadores; la Cruz de la Catedral, que inicia el desfile, regalada por
Alfonso V el Africano en el siglo XVI; los Gremios, los niños de Primera
Comunión; representantes del Apostolado Seglar, Cofradías, Hermandades, entre
ellas la de la Santa Faz y Caridad, que data del siglo XI; Cruces Parroquiales
de Toledo; Adoración Nocturna; Capítulos: Infanzones de Illescas con hábitos
rojos, Caballeros Mozárabes con hábitos azules, Caballeros del Santo Sepulcro,
con capas blancas, Caballeros del Corpus Christi, de color verde; Colegio de
Infantes y seises, seminaristas, clero secular y regular. Y que me perdonen los
que no fui capaz de identificar.
Tras ellos, la Cruz del cardenal Mendoza, con
la que se entró en Granada cuando fue conquistada esta ciudad a los musulmanes,
escoltada por los Maceros del Cabildo; el Cabildo Catedralicio... Varios
turiferarios movían rítmicamente los incensarios ante la carroza portadora de
la Custodia en cuyo Viril se mostraba el centro y motivo de la celebración. Una
escuadra de Gastadores de los Caballeros Cadetes le servía de escolta.
La
custodia fue encargada por el Cardenal Cisneros a Enrique de Arfe, quien tardó
siete años en cincelarla. Semeja lo que hubieran sido las torres de la catedral
según el proyecto primitivo. Posteriormente Gaspar Quiroga doró la plata. La
carroza sobre la que descansa la custodia es arrastrada por seis costaleros y
va dotada de un sistema de equilibrado automático que la mantiene horizontal
incluso en los lugares de piso más desigual.
Tras
la carroza, el Arzobispo Primado, su Obispo Auxiliar y alto clero. Siguen
autoridades civiles locales, provinciales, autonómicas y nacionales;
universitarias; policiales; y también militares, aunque a título personal.
Al
mostrarse la custodia al exterior, volvieron a sonar salvas y una cerrada
ovación de las personas congregadas en el exterior y en balcones y ventanas.
Impresionaba ver la escena a contraluz del sol esplendente que lucía aquella
mañana desde la penumbra del templo, a pesar de la iluminación.
Asistir
a la procesión en la catedral supone perderse una serie de detalles del
cortejo, de las reacciones del público y del ambiente multitudinario, así que
salimos y, con cierta dificultad a causa de la aglomeración humana, buscamos un
lugar desde donde contemplar el paso, y que encontramos al lado de la Plaza de
San Vicente.
Todo
el trayecto había sido acordonado por los cadetes que esperaban en posición
descanso, y al paso de autoridades o de la propia custodia adoptaban posiciones
hieráticas. Abría el cortejo un piquete de la Guardia Civil a caballo, seguido
de otro grupo ecuestre de los Timbaleros del Excmo. Ayuntamiento, e
inmediatamente la Banda de Música de la Guardia Civil. Tras ellos, el
pertiguero, los flanqueadores, siguiendo
el orden reflejado más arriba. Cerrando el cortejo, la Compañía de Caballeros
Cadetes.
El
público recibía con silencio, aplausitos, aplausos, ovaciones, ovaciones
cerradas y ovaciones cerradas y vivas a los participantes. La Custodia con el
Santísimo se llevó la palma. Pero ya en el plano humano, la Guardia Civil y la
Compañía de Cadetes empataban en el aplausómetro, si bien, dentro de la Guardia
Civil algún descontento excluyó del aplauso y los vivas a “los que nos ponen
multas en la carretera”. ¡De todo hay en la viña del Señor!
Habíamos
estado tan embebidos, disfrutábamos de tal modo que se nos echó el tiempo encima y
con él la hora de comer, así que, por Alfileritos y Cristo de la Luz..., al
hotel.
Y
a esa hora fatídica que eran las cuatro de la tarde, ¡hale!, caminito de la
Puerta de Bisagra para tomar el autobús. Pedí al conductor nos acercara al
Puente de San Martín con doble objeto: que vieran San Juan de los Reyes en perspectiva desde
el otro lado del Tajo y contarles, con el puente a la vista, la leyenda según
la cual el arquitecto, cuando ya tenía encofrada toda la estructura, soñó una
noche que el puente se hundiría al quitar el encofrado. Habiéndoselo contado a
su esposa, decidida esta a salvar de la deshonra a su hombre, quemó una noche
el maderamen y, ¡oh sorpresa!, en lugar de producirse el hundimiento, las
piezas ajustaron de manera perfecta.
La
verdad es que salí de Toledo con la dulce amargura de quien desearía volver
pronto.
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