Casi
siempre que he citado una leyenda a lo largo de esta serie de artículos sobre
Toledo, aunque de manera breve, he contado en qué consistía. Alguna, no obstante,
ha sido solamente citada así que, como prometí, las narraré ahora.
La primera
en el tiempo es la del Arcángel San Miguel. En el año 676 el rey Wamba,
tras constantes y duras luchas había vencido a todos sus enemigos y gozaba con
su pueblo de ansiada y gloriosa paz. Para conmemorar sus victorias, mandó acuñar
monedas de plata. En el anverso debía mostrarse san Miguel, a quien se había
encomendado como valedor, manejando con la mano derecha el asta de una lanza,
cuya punta de hierro entraba en la boca de la fiera y la hería de muerte. A la
derecha del arcángel se mostraría una T, de Toledo. En el reverso, se ofrecería
la imagen del rey Wamba, sentado, con el cetro en la mano derecha y en la
izquierda el globo terráqueo; y a su lado dos prelados, san Dámaso y san
Melquíades vestidos de pontifical. Nombró a los tres patrones de la ciudad
contra los demonios meridianos, reconstruyó las murallas, y ordenó colocar en
cada puerta la imagen de los tutelares.
Pasados
los siglos, reconquistada ya la ciudad a los árabes, en la puerta de Bisagra se
colocó una efigie del arcángel, que hoy aún se conserva. Cuenta la leyenda que
un buen día se presentó la peste en la puerta, pero el ángel, solícito, la
detuvo hasta que ella pudo demostrar que tenía licencia para llevarse a cuatro
personas. Cedió el ángel y la peste entró en la ciudad, llevándose no cuatro,
sino cuatro mil. Cuando ya iba a retirarse, el arcángel la reprendió con dureza,
pero ella se defendió diciendo que en efecto solo había atacado a cuatro; el
resto había muerto a causa del miedo.
Es la segunda la de Florinda, la Cava: Extramuros, existe en Toledo una moderna avenida conocida como la Avenida de la
Cava, que conduce al puente homónimo, y al ladito de ese puente, siguiendo la
senda llamada ecológica hay un lugar conocido como Baño de la Cava. La Cava, Florinda u Oliva (que por los tres
nombres se la conoce) era una bellísima
dama joven hija del conde don Julián... Pero no vayamos tan deprisa y tomemos
la leyenda desde sus inicios.
Dicen
que en la época visigoda había en Toledo una casa conocida en aquel entonces
como La casa encantada, nombre que
recibía porque no se conocía a nadie que hubiera entrado en ella. Había
permanecido cerrada desde su construcción. Además, cada rey que subía al
trono echaba a la puerta un nuevo candado, en señal de respeto a una tradición según la
cual, cuando se abriera la casa y alguien entrara en ella, el reino visigodo
desaparecería. Naturalmente, las comidillas de los mentideros tanto cristianos
como judíos eran que la casa encerraba tesoros colosales.
Reinado
tras reinado la rutina era siempre la misma, hasta que don Rodrigo, movido por
la codicia, desoye las amonestaciones de sus consejeros y manda abrir la casa.
Penetran en ella y en una de las estancias hallan un cofre que contiene varios
lienzos con dibujos de figuras vestidas a la manera de las gentes de las zonas
norteafricanas e inscripciones bajo ellas, cuyo contenido refiere que
individuos como los allí pintados invadirán el reino y lo señorearán. Al salir
el rey, un águila enorme, portadora de un hacha encendida, se posa sobre el
edificio que arde de inmediato por los cuatro costados.
Para
distraer sus ocios, el rey espía los baños de las damas de la corte en los
calores de la canícula y un día sus ojos se posan lujuriosos sobre el lindo
cuerpo de Florinda, la Cava, recién venida de Ceuta, hija del conde de
Tingitania, don Julián, el cual mantiene a raya desde la ciudad norteafricana
todo intento de los árabes de cruzar el Estrecho de Gibraltar. Comidillas
posteriores al hecho bisbiseadas por las damas sugieren que el rey abusó de la
joven, mientras referencias vociferadas ante jarras de espeso vino por los
caballeros afirman rotundamente que ella consintió y disfrutó. Sea como fuere,
al cabo del tiempo, Florinda escribe cartas quejumbrosas al padre pidiéndole venganza por la pérdida del honor.
El padre, deshonrado, dolorido, afectado y cabreado, pacta con Tárik el paso
del estrecho y la entrada de los moros en la península.
La
parte final de la leyenda es la derrota de las huestes del rey en el Guadalete
y su huida y penitencia en Viseo, Portugal, hasta que lo devora en su propia
tumba una serpiente, mientras las campanas de la ciudad repican en señal de
perdón. Pero esto ya no corresponde a Toledo, y podéis encontrarlo en el Romancero.
La Rosa de Pasión da título a una tradición
recogida de labios de una muchacha toledana por Gustavo Adolfo Bécquer en una
de sus leyendas, donde debieras leerla para que te conmoviera como lo conmovió
a él el relato de la joven. Corresponde ya a la época en que se habían
enturbiado las relaciones entre judíos y cristianos en la ciudad.
Cuenta
el poeta que el judío Daniel Leví vivía en una casa mísera de Toledo. En el
portal había instalado un taller en que hacía todo tipo de chapucillas,
arreglando cadenetas, cintos viejos, arneses y cuanto pudiera producirle algún
beneficio. Odiaba a los cristianos, de quienes recibía burlas, rechiflas,
insultos e incluso algún cantazo de chiquillos y pajes, sin que jamás perdiera
su sonrisa. Vivía con él su hija, Sara, un capullito de dieciséis años,
pretendida por todos los judíos que se preciaban, aunque la muchacha los
rechazaba a todos como rechazaba los las exhortaciones del padre a que se
casara para no quedarse sola en el mundo. Algunos, despechados, intentaban
malmeter a Daniel, diciéndole que su hija debía estar enamorada de un cristiano.
Pero Daniel seguía sonriendo y maquinando en su cabeza duros pensamientos.
La
noche de Viernes Santo, Daniel sale de casa ya anochecido. Sara, guiada por un
presentimiento, desciende hasta el Tajo, al embarcadero, para pasar a la
otra margen del río y es informada por el barquero de que han cruzado muchos
judíos aquella noche y del camino que han tomado una vez en la otra orilla.
Sugiere también que de los fragmentos de conversaciones oídas se deduce que
esperan a alguien. Sara va atando cabos sueltos que la llevan a temerse lo
peor, así que, decidida, se encamina hacia el picacho conocido como la Cabeza del Moro, referencia que le ha
dado el batelero. A los pies del montículo advierte las ruinas de una antigua
ermita y en ellas a un grupo numeroso de judíos capitaneados por su padre que elaboran
los instrumentos de martirio necesarios para repetir la Pasión del Salvador,
cuya existencia conoce por cuanto le había referido su amante cristiano. Era la
venganza en frío que tenía preparada Daniel.
Dispuesta
a salvar a su amado, se muestra ante la multitud vengativa y les dice que
esperan en vano pues ella misma ha prevenido al joven. Al mismo tiempo se
enfrenta a Daniel, se declara cristiana, y es entregada por el propio padre al
martirio.
Años
después un pastor regaló al arzobispo una flor en la que se veían grabados los
atributos de la Pasión. Tratando saber algo más sobre el prodigio, algunos
expertos acompañaron al pastor, quien les mostró las matas en que florecían
tales rosas. Investigando, descubrieron enterrado bajo los arbustos un
esqueleto de persona pequeña y, enterrados con él, los mismos atributos que
aparecían en la flor, a la que se denominó en adelante rosa de pasión. Hoy en día son muy frecuentes en toda la comarca.
La última refiere la
leyenda del Cristo de la Vega Baja,
imagen del Crucificado con una mano desclavada y extendida hacia el frente que
se conserva extramuros en la Basílica de Santa Leocadia. Recogida y reelaborada
la leyenda por José Zorrilla en A buen
juez mejor testigo, no me atrevo a estropearla prosificándola, que ya
bastante se estropea ofreciendo solo fragmentos. Si podéis leedla entera.
Inés de Vargas ha recibido en su habitación a Diego Martínez y desea que el joven le haga promesa de matrimonio.
Quédase solo un mancebo Una mujer en tal punto,
de impetuosos ademanes, en faz de gran aflicción,
que se pasea ocultando rojos de llorar los ojos,
entre la capa el semblante. ronca de gemir la voz,
Los que pasan lo contemplan suelto el cabello y el manto,
con decisión de evitarle, tomó plaza en el salón
y él comtempla a los que pasan diciendo a gritos: --¡Justicia,
como si a alguien aguardase. jueces, justicia, señor!
Los tímidos aceleran Y a los pies se arroja, humilde,
los pasos al divisarle, de don Pedro de Alarcón,
cual temiendo de seguro en tanto que los curiosos
que les proponga un combate; se agitan en derredor.
y los valientes lo miran Alzola cortés don Pedro
cual si sintieran dejarle calmando la confusión
sin que, libres los estoques, y el tumultuoso murmullo
en riña sonora dancen. que esta escena ocasionó,
Una mujer también sola diciendo: --Mujer, ¿qué quieres?
se viene el llano adelante, --Quiero justicia, señor.
la luz del rostro escondida --¿De qué? --De una prenda hurtada.
en tocas y tafetanes. --¿Qué prenda? --Mi corazón.
Mas en lo leve del talle --¿Tú lo diste? --Lo presté.
puede, a través de los velos, --¿Y no te lo han vuelto? --No.
una hermosa adivinarse. --¿Tienes testigos? --Ninguno.
Vase derecha al que aguarda --¿Y promesa? --Sí, por Dios,
y él al encuentro le sale, que al partirse de Toledo
diciendo... cuanto se dicen un juramento empeñó.
en las citas los amantes. --¿Quién es él? --Diego Martínez.
Mas ella, galanterías --¿Noble? --Y capitán, señor.
dejando severa aparte, --Presentadme al capitán,
así al mancebo interrumpe, que cumplirá si juró.
en voz decisiva y grave: Quedó en silencio la sala,
--Abreviemos de razones, y a poco en el corredor
Diego Martínez; mi padre se oyó de botas y espuelas
que un hombre ha entrado, en su ausencia, el acompasado son.
dentro de mi aposento sabe; Un portero, levantando
y así, quien mancha mi honra el tapiz, en alta voz
con la suya me la lave; dijo: --El capitán don Diego.
y así, quien mancha mi honra Y entró luego en el salón
con la suya me la lave; Diego Martínez, los ojos
o dadme mano de esposo, llenos de orgullo y furor.
o libre de vos dejadme. --¿Sois el capitán don Diego
Mirola Diego Martínez (díjole don Pedro) vos?
atentamente un instante, Contestó altivo y sereno,
y echando a un lado el embozo, Diego Martínez: --Yo soy.
repuso palabras tales: --¿Conocéis a esta muchacha?
--Dentro de un mes, Inés mía, --Ha tres años, salvo error.
parto a la guerra de Flandes; --¿Hicísteisla juramento
al año estaré de vuelta de ser su marido? --No
y contigo en los altares. --¿Juráis no haberlo jurado?
Honra que yo te desluzca, --Sí juro. --Pues id con Dios.
con honra mía se lave, --¡Miente!, exclamó Inés llorando
que por honra vuelven honra de despecho y de rubor.
hidalgos que en honra nacen. --Mujer, ¡piensa lo que dices!
--Júralo --exclamó la niña--. --Digo que miente: juró.
--Más que mi palabra vale --¿Tienes testigos? --Ninguno.
no te valdrá con juramento. --Capitán, idos con Dios,
--Diego, la palabra es aire. y disculpad que, acusado,
--¡Vive Dios que estás tenaz! dudara de vuestro hornor.
Dalo por jurado y baste. Tornó Martínez la espalda
--No me basta, que olvidar con brusca satisfacción,
puedes la palabra en Flandes. e Inés, que lo vio partirse,
--¡Voto a Dios!, ¿qué más pretendes? resuelta y firme gritó:
--Que a los pies de aquella imagen --Llamadle, que tengo un testigo.
lo jures como cristiano Llamadle otra vez, señor.
del santo Cristo delante. Volvió el capitán don Diego,
Vaciló un poco Martínez; sentose Ruiz de Alarcón,
mas, porfiando que jurase, la multitud aquietose
llevole Inés hacia el templo y la de Vargas siguió:
que en medio la vega yace. --Tengo un testigo a quien nunca
Enclavado en un madero, faltó verdad ni razón.
en duro y postrero trance, --¿Quién? --Un hombre que de lejos
ceñida la sien de espinas, nuestras palabras oyó,
descolorido el semblante, mirándonos desde arriba.
víase allí un crucifijo --¿Estaba en algún balcón?
teñido de negra sangre, --No, que estaba en un suplicio
a quien Toledo, devota, donde ha tiempo que expiró.
acude hoy en sus azares. --¿Luego es muerto? --No, que vive.
Ante sus plantas divinas --Estáis loca, ¡vive Dios!
llegaron ambos amantes --¿Quién fue? --El Cristo de la Vega,
y haciendo Inés que Martínez a cuya faz perjuró.
los sagrados pies tocase,
preguntole: --Diego, ¿Juras Pusiéronse en pie los jueces
a tu vuelta desposarme? al nombre del Redentor,
Contestó el mozo: --¡Sí juro! escuchando con asombro
Y ambos del templo se salen. tan excelsa apelación.
******** Reinó un profundo silencio
Pasó un día y otro día, de sorpresa y de pavor,
un mes y otro mes pasó, y Diego bajó los ojos
y un año pasado había, de vergüenza y confusión.
mas de Flandes no volvía Un instante con los jueces
Diego, que a Flandes partió. don Pedro en secreto habló,
Lloraba la bella Inés y levantose diciendo
su vuelta aguardando en vano; con respetuosa voz:
oraba un mes y otro mes --La ley es ley para todos;
del crucifijo a los pies tu testigo es el mejor;
do puso el galán la mano. mas para tales testigos
Todas las tardes venía no hay más tribunal que Dios.
después de traspuesto el sol, Haremos... Lo que sepamos;
y a Dios lloraba y pedía Escribano: Al caer el sol,
la vuelta del español al Cristo que está en la vega
y el español no volvía. tomaréis declaración...
Y siempre al anochecer, ***********
sin dueña y sin escudero, Allá por el Miradero,
en un manto una mujer por el Cambrón y Bisagra,
el campo salía a ver confuso tropel de gente
al alto del Miradero... del Tajo a la vega baja.
Pasó un día y otro día, Vienen delante don Pedro
un mes y otro mes pasó, de Alarcón, Ibán de Vargas,
y el tercer año corría; su hija Inés, los escribanos,
Diego a Flandes se partió los corchetes y los guardias;
y de Flandes no volvía. y detrás monjes, hidalgos,
Era una tarde serena; mozas, chicos y canalla.
doraba el sol de Occidente Otra turba de curiosos
del Tajo la vega amena, en la vega los aguarda,
y apoyada en una almena cada cual comentando
miraba Inés la corriente... el caso según le cuadra.
A lo lejos por el llano, Entre ellos está Martínez
en confuso remolino, en apostura bizarra...
vio de hombres tropel lejano Los plebeyos de reojo
que en pardo polvo liviano le miran de entre las capas
dejan envuelto el camino. los chicos, al uniforme,
Bajó Inés del torreón, las mozas, a la cara.
y, llegando recelosa Llegado el gobernador
a las puertas del Cambrón, y gente que le acompaña,
sintió latir, zozobrosa, entraron todos al claustro
más inquieto el corazón. que iglesia y claustro separa.
Tan galán como altanero, Encendieron ante el Cristo
dejó ver la escasa luz cuatro cirios y una lámpara,
por bajo el arco primero y de hinojos un momento
un hidalgo caballero le rezaron en voz baja.
en un caballo andaluz...
Asiose a su estribo Inés, Está el Cristo de la Vega
gritando: --Diego, ¿eres tú? la cruz en tierra posada,
Y él, viéndola de través, los pies alzados del suelo
dijo: --¡Voto a Belcebú, poco menos de una vara;
que no me acuerdo quién es! hacia la severa imagen
Dio la triste un alarido un notario se adelanta,
tal respuesta al escuchar, de modo que con el rostro
y a poco perdió el sentido, al pecho santo llegaba.
sin que más voz ni gemido A un lado tiene a Martínez;
volviera en tierra a exhalar. al otro lado Inés de Vargas;
Frunciendo ambas a dos cejas, detrás, el gobernador
encomendola a su gente con sus jueces y sus guardias.
diciendo: --¡Malditas viejas Después de leer dos veces
que a las mozas malamente la acusación entablada,
enloquecen con consejas! el notario a Jesucristo
Y aplicando el capitán así demándó en voz alta:
a su potro las espuelas, --Jesús, hijo de María,
el rostro a Toledo dan, ante nos esta mañana
y a trote cruzando van citado como testigo
las oscuras callejuelas. por boca de Inés de Vargas.
******** ¿Juráis ser cierto que un día
Era entonces de Toledo a vuestras divinas plantas
por el rey gobernador juró a Inés Diego Martínez
el justiciero y valiente por su mujer desposarla?
don Pedro Ruiz de Alarcón.
Muchos años por su patria Asida a un brazo desnudo
el buen viejo peleó; una mano atarazada
cercenado tiene el brazo, vino a posar en los autos
mas entero el corazón. la seca y hendida palma,
La mesa tiene delante, y allá en los aires "¡Sí juro!",
los jueces en derredor, clamó una voz más que humana.
los corchetes a la puerta Alzó la turba medrosa
y en la derecha el bastón. la vista a la imagen santa.
Está como presidente Los labios tenía abiertos
del tribunal superior, y una mano desclavada.
entre un dosel y una alfombra, *********
reclinado en su sillón, Las vanidades del mundo
escuchando con paciencia renunció allí mismo Inés.
la casi asmática voz Y espantado de sí propio,
con que un tétrico escribano Diego Martínez también.
solfea una apelación. Los escribanos temblando,
Los asistentes bostezan dieron de esta escena fe,
al murmullo arrullador; firmando como testigos
los jueces, medio dormidos, cuantos hubieron poder.
hacen pliegues al ropón; Fundose un aniversario
los escribanos repasan y una capilla con él,
sus pergaminos al sol; y don Pedro de Alarcón
los corchetes a una moza el altar ordenó hacer,
guiñan en un corredor, donde hasta el tiempo que corre,
y abajo en Zocodover, y en cada año una vez,
gritan en discorde son con la mano desclavada
los que en el mercado venden, el crucifijo se ve.
lo vendido y el valor.
Mirola Diego Martínez (díjole don Pedro) vos?
atentamente un instante, Contestó altivo y sereno,
y echando a un lado el embozo, Diego Martínez: --Yo soy.
repuso palabras tales: --¿Conocéis a esta muchacha?
--Dentro de un mes, Inés mía, --Ha tres años, salvo error.
parto a la guerra de Flandes; --¿Hicísteisla juramento
al año estaré de vuelta de ser su marido? --No
y contigo en los altares. --¿Juráis no haberlo jurado?
Honra que yo te desluzca, --Sí juro. --Pues id con Dios.
con honra mía se lave, --¡Miente!, exclamó Inés llorando
que por honra vuelven honra de despecho y de rubor.
hidalgos que en honra nacen. --Mujer, ¡piensa lo que dices!
--Júralo --exclamó la niña--. --Digo que miente: juró.
--Más que mi palabra vale --¿Tienes testigos? --Ninguno.
no te valdrá con juramento. --Capitán, idos con Dios,
--Diego, la palabra es aire. y disculpad que, acusado,
--¡Vive Dios que estás tenaz! dudara de vuestro hornor.
Dalo por jurado y baste. Tornó Martínez la espalda
--No me basta, que olvidar con brusca satisfacción,
puedes la palabra en Flandes. e Inés, que lo vio partirse,
--¡Voto a Dios!, ¿qué más pretendes? resuelta y firme gritó:
--Que a los pies de aquella imagen --Llamadle, que tengo un testigo.
lo jures como cristiano Llamadle otra vez, señor.
del santo Cristo delante. Volvió el capitán don Diego,
Vaciló un poco Martínez; sentose Ruiz de Alarcón,
mas, porfiando que jurase, la multitud aquietose
llevole Inés hacia el templo y la de Vargas siguió:
que en medio la vega yace. --Tengo un testigo a quien nunca
Enclavado en un madero, faltó verdad ni razón.
en duro y postrero trance, --¿Quién? --Un hombre que de lejos
ceñida la sien de espinas, nuestras palabras oyó,
descolorido el semblante, mirándonos desde arriba.
víase allí un crucifijo --¿Estaba en algún balcón?
teñido de negra sangre, --No, que estaba en un suplicio
a quien Toledo, devota, donde ha tiempo que expiró.
acude hoy en sus azares. --¿Luego es muerto? --No, que vive.
Ante sus plantas divinas --Estáis loca, ¡vive Dios!
llegaron ambos amantes --¿Quién fue? --El Cristo de la Vega,
y haciendo Inés que Martínez a cuya faz perjuró.
los sagrados pies tocase,
preguntole: --Diego, ¿Juras Pusiéronse en pie los jueces
a tu vuelta desposarme? al nombre del Redentor,
Contestó el mozo: --¡Sí juro! escuchando con asombro
Y ambos del templo se salen. tan excelsa apelación.
******** Reinó un profundo silencio
Pasó un día y otro día, de sorpresa y de pavor,
un mes y otro mes pasó, y Diego bajó los ojos
y un año pasado había, de vergüenza y confusión.
mas de Flandes no volvía Un instante con los jueces
Diego, que a Flandes partió. don Pedro en secreto habló,
Lloraba la bella Inés y levantose diciendo
su vuelta aguardando en vano; con respetuosa voz:
oraba un mes y otro mes --La ley es ley para todos;
del crucifijo a los pies tu testigo es el mejor;
do puso el galán la mano. mas para tales testigos
Todas las tardes venía no hay más tribunal que Dios.
después de traspuesto el sol, Haremos... Lo que sepamos;
y a Dios lloraba y pedía Escribano: Al caer el sol,
la vuelta del español al Cristo que está en la vega
y el español no volvía. tomaréis declaración...
Y siempre al anochecer, ***********
sin dueña y sin escudero, Allá por el Miradero,
en un manto una mujer por el Cambrón y Bisagra,
el campo salía a ver confuso tropel de gente
al alto del Miradero... del Tajo a la vega baja.
Pasó un día y otro día, Vienen delante don Pedro
un mes y otro mes pasó, de Alarcón, Ibán de Vargas,
y el tercer año corría; su hija Inés, los escribanos,
Diego a Flandes se partió los corchetes y los guardias;
y de Flandes no volvía. y detrás monjes, hidalgos,
Era una tarde serena; mozas, chicos y canalla.
doraba el sol de Occidente Otra turba de curiosos
del Tajo la vega amena, en la vega los aguarda,
y apoyada en una almena cada cual comentando
miraba Inés la corriente... el caso según le cuadra.
A lo lejos por el llano, Entre ellos está Martínez
en confuso remolino, en apostura bizarra...
vio de hombres tropel lejano Los plebeyos de reojo
que en pardo polvo liviano le miran de entre las capas
dejan envuelto el camino. los chicos, al uniforme,
Bajó Inés del torreón, las mozas, a la cara.
y, llegando recelosa Llegado el gobernador
a las puertas del Cambrón, y gente que le acompaña,
sintió latir, zozobrosa, entraron todos al claustro
más inquieto el corazón. que iglesia y claustro separa.
Tan galán como altanero, Encendieron ante el Cristo
dejó ver la escasa luz cuatro cirios y una lámpara,
por bajo el arco primero y de hinojos un momento
un hidalgo caballero le rezaron en voz baja.
en un caballo andaluz...
Asiose a su estribo Inés, Está el Cristo de la Vega
gritando: --Diego, ¿eres tú? la cruz en tierra posada,
Y él, viéndola de través, los pies alzados del suelo
dijo: --¡Voto a Belcebú, poco menos de una vara;
que no me acuerdo quién es! hacia la severa imagen
Dio la triste un alarido un notario se adelanta,
tal respuesta al escuchar, de modo que con el rostro
y a poco perdió el sentido, al pecho santo llegaba.
sin que más voz ni gemido A un lado tiene a Martínez;
volviera en tierra a exhalar. al otro lado Inés de Vargas;
Frunciendo ambas a dos cejas, detrás, el gobernador
encomendola a su gente con sus jueces y sus guardias.
diciendo: --¡Malditas viejas Después de leer dos veces
que a las mozas malamente la acusación entablada,
enloquecen con consejas! el notario a Jesucristo
Y aplicando el capitán así demándó en voz alta:
a su potro las espuelas, --Jesús, hijo de María,
el rostro a Toledo dan, ante nos esta mañana
y a trote cruzando van citado como testigo
las oscuras callejuelas. por boca de Inés de Vargas.
******** ¿Juráis ser cierto que un día
Era entonces de Toledo a vuestras divinas plantas
por el rey gobernador juró a Inés Diego Martínez
el justiciero y valiente por su mujer desposarla?
don Pedro Ruiz de Alarcón.
Muchos años por su patria Asida a un brazo desnudo
el buen viejo peleó; una mano atarazada
cercenado tiene el brazo, vino a posar en los autos
mas entero el corazón. la seca y hendida palma,
La mesa tiene delante, y allá en los aires "¡Sí juro!",
los jueces en derredor, clamó una voz más que humana.
los corchetes a la puerta Alzó la turba medrosa
y en la derecha el bastón. la vista a la imagen santa.
Está como presidente Los labios tenía abiertos
del tribunal superior, y una mano desclavada.
entre un dosel y una alfombra, *********
reclinado en su sillón, Las vanidades del mundo
escuchando con paciencia renunció allí mismo Inés.
la casi asmática voz Y espantado de sí propio,
con que un tétrico escribano Diego Martínez también.
solfea una apelación. Los escribanos temblando,
Los asistentes bostezan dieron de esta escena fe,
al murmullo arrullador; firmando como testigos
los jueces, medio dormidos, cuantos hubieron poder.
hacen pliegues al ropón; Fundose un aniversario
los escribanos repasan y una capilla con él,
sus pergaminos al sol; y don Pedro de Alarcón
los corchetes a una moza el altar ordenó hacer,
guiñan en un corredor, donde hasta el tiempo que corre,
y abajo en Zocodover, y en cada año una vez,
gritan en discorde son con la mano desclavada
los que en el mercado venden, el crucifijo se ve.
lo vendido y el valor.
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