sábado, 12 de julio de 2014

En Toledo: Cuatro leyendas toledanas

     Casi siempre que he citado una leyenda a lo largo de esta serie de artículos sobre Toledo, aunque de manera breve, he contado en qué consistía. Alguna, no obstante, ha sido solamente citada así que, como prometí, las narraré ahora.
         La primera en el tiempo es la del Arcángel San Miguel. En el año 676 el rey Wamba, tras constantes y duras luchas había vencido a todos sus enemigos y gozaba con su pueblo de ansiada y gloriosa paz. Para conmemorar sus victorias, mandó acuñar monedas de plata. En el anverso debía mostrarse san Miguel, a quien se había encomendado como valedor, manejando con la mano derecha el asta de una lanza, cuya punta de hierro entraba en la boca de la fiera y la hería de muerte. A la derecha del arcángel se mostraría  una T, de Toledo. En el reverso, se ofrecería la imagen del rey Wamba, sentado, con el cetro en la mano derecha y en la izquierda el globo terráqueo; y a su lado dos prelados, san Dámaso y san Melquíades vestidos de pontifical. Nombró a los tres patrones de la ciudad contra los demonios meridianos, reconstruyó las murallas, y ordenó colocar en cada puerta la imagen de los tutelares.
         Pasados los siglos, reconquistada ya la ciudad a los árabes, en la puerta de Bisagra se colocó una efigie del arcángel, que hoy aún se conserva. Cuenta la leyenda que un buen día se presentó la peste en la puerta, pero el ángel, solícito, la detuvo hasta que ella pudo demostrar que tenía licencia para llevarse a cuatro personas. Cedió el ángel y la peste entró en la ciudad, llevándose no cuatro, sino cuatro mil. Cuando ya iba a retirarse, el arcángel la reprendió con dureza, pero ella se defendió diciendo que en efecto solo había atacado a cuatro; el resto había muerto a causa del miedo.
         Es la segunda la de Florinda, la Cava: Extramuros, existe en Toledo una moderna avenida conocida como la Avenida de la Cava, que conduce al puente homónimo, y al ladito de ese puente, siguiendo la senda llamada ecológica hay un lugar conocido como Baño de la Cava. La Cava, Florinda u Oliva (que por los tres nombres se la conoce) era una  bellísima dama joven hija del conde don Julián... Pero no vayamos tan deprisa y tomemos la leyenda desde sus inicios.
          Dicen que en la época visigoda había en Toledo una casa conocida en aquel entonces como La casa encantada, nombre que recibía porque no se conocía a nadie que hubiera entrado en ella. Había permanecido cerrada desde su construcción. Además, cada rey que subía al trono echaba a la puerta un nuevo candado,  en señal de respeto a una tradición según la cual, cuando se abriera la casa y alguien entrara en ella, el reino visigodo desaparecería. Naturalmente, las comidillas de los mentideros tanto cristianos como judíos eran que la casa encerraba tesoros colosales.
          Reinado tras reinado la rutina era siempre la misma, hasta que don Rodrigo, movido por la codicia, desoye las amonestaciones de sus consejeros y manda abrir la casa. Penetran en ella y en una de las estancias hallan un cofre que contiene varios lienzos con dibujos de figuras vestidas a la manera de las gentes de las zonas norteafricanas e inscripciones bajo ellas, cuyo contenido refiere que individuos como los allí pintados invadirán el reino y lo señorearán. Al salir el rey, un águila enorme, portadora de un hacha encendida, se posa sobre el edificio que arde de inmediato por los cuatro costados.
          Para distraer sus ocios, el rey espía los baños de las damas de la corte en los calores de la canícula y un día sus ojos se posan lujuriosos sobre el lindo cuerpo de Florinda, la Cava, recién venida de Ceuta, hija del conde de Tingitania, don Julián, el cual mantiene a raya desde la ciudad norteafricana todo intento de los árabes de cruzar el Estrecho de Gibraltar. Comidillas posteriores al hecho bisbiseadas por las damas sugieren que el rey abusó de la joven, mientras referencias vociferadas ante jarras de espeso vino por los caballeros afirman rotundamente que ella consintió y disfrutó. Sea como fuere, al cabo del tiempo, Florinda escribe cartas quejumbrosas al padre pidiéndole venganza por la pérdida del honor. El padre, deshonrado, dolorido, afectado y cabreado, pacta con Tárik el paso del estrecho y la entrada de los moros en la península.
          La parte final de la leyenda es la derrota de las huestes del rey en el Guadalete y su huida y penitencia en Viseo, Portugal, hasta que lo devora en su propia tumba una serpiente, mientras las campanas de la ciudad repican en señal de perdón. Pero esto ya no corresponde a Toledo, y podéis encontrarlo en el Romancero.
         La Rosa de Pasión da título a una tradición recogida de labios de una muchacha toledana por Gustavo Adolfo Bécquer en una de sus leyendas, donde debieras leerla para que te conmoviera como lo conmovió a él el relato de la joven. Corresponde ya a la época en que se habían enturbiado las relaciones entre judíos y cristianos en la ciudad.
         Cuenta el poeta que el judío Daniel Leví vivía en una casa mísera de Toledo. En el portal había instalado un taller en que hacía todo tipo de chapucillas, arreglando cadenetas, cintos viejos, arneses y cuanto pudiera producirle algún beneficio. Odiaba a los cristianos, de quienes recibía burlas, rechiflas, insultos e incluso algún cantazo de chiquillos y pajes, sin que jamás perdiera su sonrisa. Vivía con él su hija, Sara, un capullito de dieciséis años, pretendida por todos los judíos que se preciaban, aunque la muchacha los rechazaba a todos como rechazaba los las exhortaciones del padre a que se casara para no quedarse sola en el mundo. Algunos, despechados, intentaban malmeter a Daniel, diciéndole que su hija debía estar enamorada de un cristiano. Pero Daniel seguía sonriendo y maquinando en su cabeza duros pensamientos.
         La noche de Viernes Santo, Daniel sale de casa ya anochecido. Sara, guiada por un presentimiento, desciende hasta el Tajo, al embarcadero, para pasar a la otra margen del río y es informada por el barquero de que han cruzado muchos judíos aquella noche y del camino que han tomado una vez en la otra orilla. Sugiere también que de los fragmentos de conversaciones oídas se deduce que esperan a alguien. Sara va atando cabos sueltos que la llevan a temerse lo peor, así que, decidida, se encamina hacia el picacho conocido como la Cabeza del Moro, referencia que le ha dado el batelero. A los pies del montículo advierte las ruinas de una antigua ermita y en ellas a un grupo numeroso de judíos capitaneados por su padre que elaboran los instrumentos de martirio necesarios para repetir la Pasión del Salvador, cuya existencia conoce por cuanto le había referido su amante cristiano. Era la venganza en frío que tenía preparada Daniel.
          Dispuesta a salvar a su amado, se muestra ante la multitud vengativa y les dice que esperan en vano pues ella misma ha prevenido al joven. Al mismo tiempo se enfrenta a Daniel, se declara cristiana, y es entregada por el propio padre al martirio.
          Años después un pastor regaló al arzobispo una flor en la que se veían grabados los atributos de la Pasión. Tratando saber algo más sobre el prodigio, algunos expertos acompañaron al pastor, quien les mostró las matas en que florecían tales rosas. Investigando, descubrieron enterrado bajo los arbustos un esqueleto de persona pequeña y, enterrados con él, los mismos atributos que aparecían en la flor, a la que se denominó en adelante rosa de pasión. Hoy en día son muy frecuentes en toda la comarca.
          La última refiere la leyenda del Cristo de la Vega Baja, imagen del Crucificado con una mano desclavada y extendida hacia el frente que se conserva extramuros en la Basílica de Santa Leocadia. Recogida y reelaborada la leyenda por José Zorrilla en A buen juez mejor testigo, no me atrevo a estropearla prosificándola, que ya bastante se estropea ofreciendo solo fragmentos. Si podéis leedla entera.
          Inés de Vargas ha recibido en su habitación a Diego Martínez y desea que el joven le haga promesa de matrimonio.
 
Quédase solo un mancebo                                     Una mujer en tal punto,
de impetuosos ademanes,                                      en faz de gran aflicción,
que se pasea ocultando                                           rojos de llorar los ojos,
entre la capa el semblante.                                      ronca de gemir la voz,
Los que pasan lo contemplan                                 suelto el cabello y el manto,
con decisión de evitarle,                                          tomó plaza en el salón
y él comtempla a los que pasan                              diciendo a gritos: --¡Justicia,
como si a alguien aguardase.                                  jueces, justicia, señor!
Los tímidos aceleran                                                Y a los pies se arroja, humilde,
los pasos al divisarle,                                               de don Pedro de Alarcón,
cual temiendo de seguro                                         en tanto que los curiosos
que les proponga un combate;                               se agitan en derredor.
y los valientes lo miran                                           Alzola cortés don Pedro
cual si sintieran dejarle                                            calmando la confusión
sin que, libres los estoques,                                     y el tumultuoso murmullo
en riña sonora dancen.                                            que esta escena ocasionó,
Una mujer también sola                                          diciendo: --Mujer, ¿qué quieres?
se viene el llano adelante,                                       --Quiero justicia, señor.
la luz del rostro escondida                                     --¿De qué? --De una prenda hurtada.
en tocas y tafetanes.                                                --¿Qué prenda? --Mi corazón.
Mas en lo leve del talle                                           --¿Tú lo diste? --Lo presté.
puede, a través de los velos,                                  --¿Y no te lo han vuelto? --No.
una hermosa adivinarse.                                        --¿Tienes testigos? --Ninguno.
Vase derecha al que aguarda                                 --¿Y promesa? --Sí, por Dios,
y él al encuentro le sale,                                          que al partirse de Toledo
diciendo... cuanto se dicen                                     un juramento empeñó.
en las citas los amantes.                                          --¿Quién es él? --Diego Martínez.
Mas ella, galanterías                                                --¿Noble? --Y capitán, señor.
dejando severa aparte,                                            --Presentadme al capitán,
así al mancebo interrumpe,                                    que cumplirá si juró.
en voz decisiva y grave:                                          Quedó en silencio la sala,
--Abreviemos de razones,                                       y a poco en el corredor
Diego Martínez; mi padre                                       se oyó de botas y espuelas 
que un hombre ha entrado, en su ausencia,         el acompasado son.
dentro de mi aposento sabe;                                   Un portero, levantando
y así, quien mancha mi honra                                 el tapiz, en alta voz
con la suya me la lave;                                             dijo: --El capitán don Diego.
y así, quien mancha mi honra                                 Y entró luego en el salón
con la suya me la lave;                                             Diego Martínez, los ojos
o dadme mano de esposo,                                       llenos de orgullo y furor.
o libre de vos dejadme.                                            --¿Sois el capitán don Diego
Mirola Diego Martínez                                     (díjole don Pedro) vos?
atentamente un instante,                                  Contestó altivo y sereno,
y echando a un lado el embozo,                      Diego Martínez: --Yo soy.
repuso palabras tales:                                             --¿Conocéis a esta muchacha?
--Dentro de un mes, Inés mía,                                --Ha tres años, salvo error.
parto a la guerra de Flandes;                                  --¿Hicísteisla juramento
al año estaré de vuelta                                            de ser su marido? --No
y contigo en los altares.                                         --¿Juráis no haberlo jurado?
Honra que yo te desluzca,                                      --Sí juro. --Pues id con Dios.
con honra mía se lave,                                           --¡Miente!, exclamó Inés llorando
que por honra vuelven honra                                 de despecho y de rubor.
hidalgos que en honra nacen.                                 --Mujer, ¡piensa lo que dices!
--Júralo --exclamó la niña--.                                  --Digo que miente: juró.
--Más que mi palabra vale                                     --¿Tienes testigos? --Ninguno.
no te valdrá con juramento.                                   --Capitán, idos con Dios,
--Diego, la palabra es aire.                                    y disculpad que, acusado,
--¡Vive Dios que estás tenaz!                                dudara de vuestro hornor.
Dalo por jurado y baste.                                        Tornó Martínez la espalda
--No me basta, que olvidar                                    con brusca satisfacción,
puedes la palabra en Flandes.                                e Inés, que lo vio partirse,
--¡Voto a Dios!, ¿qué más pretendes?                   resuelta y firme gritó:
--Que a los pies de aquella imagen                       --Llamadle, que tengo un testigo.
lo jures como cristiano                                          Llamadle otra vez, señor.
del santo Cristo delante.                                        Volvió el capitán don Diego,
Vaciló un poco Martínez;                                      sentose Ruiz de Alarcón,
mas, porfiando que jurase,                                     la multitud aquietose
llevole Inés hacia el templo                                   y la de Vargas siguió:
que en medio la vega yace.                                    --Tengo un testigo a quien nunca
Enclavado en un madero,                                      faltó verdad ni razón.
en duro y postrero trance,                                      --¿Quién? --Un hombre que de lejos
ceñida la sien de espinas,                                       nuestras palabras oyó,
descolorido el semblante,                                      mirándonos desde arriba.
víase allí un crucifijo                                             --¿Estaba en algún balcón?
teñido de negra sangre,                                          --No, que estaba en un suplicio
a quien Toledo, devota,                                         donde ha tiempo que expiró.
acude hoy en sus azares.                                        --¿Luego es muerto? --No, que vive.
Ante sus plantas divinas                                         --Estáis loca, ¡vive Dios!
llegaron ambos amantes                                         --¿Quién fue? --El Cristo de la Vega,
y haciendo Inés que Martínez                                a cuya faz perjuró.
los sagrados pies tocase,
preguntole: --Diego, ¿Juras                               Pusiéronse en pie los jueces
a tu vuelta desposarme?                                    al nombre del Redentor,
Contestó el mozo: --¡Sí juro!                              escuchando con asombro
Y ambos del templo se salen.                            tan excelsa apelación.
            ********                                                   Reinó un profundo silencio
Pasó un día y otro día,                                           de sorpresa y de pavor,
un mes y otro mes pasó,                                        y Diego bajó los ojos
y un año pasado había,                                          de vergüenza y confusión.
mas de Flandes no volvía                                      Un instante con los jueces
Diego, que a Flandes partió.                                  don Pedro en secreto habló,
Lloraba la bella Inés                                              y levantose diciendo
su vuelta aguardando en vano;                              con respetuosa voz:
oraba un mes y otro mes                                       --La ley es ley para todos;
del crucifijo a los pies                                           tu testigo es el mejor;
do puso el galán la mano.                                     mas para tales testigos
Todas las tardes venía                                           no hay más tribunal que Dios.
después de traspuesto el sol,                                  Haremos... Lo que sepamos;
y a Dios lloraba y pedía                                        Escribano: Al caer el sol,
la vuelta del español                                             al Cristo que está en la vega
y el español no volvía.                                          tomaréis declaración...
Y siempre al anochecer,                                              ***********
sin dueña y sin escudero,                                   Allá por el Miradero,
en un manto una mujer                                      por el Cambrón y Bisagra,
el campo salía a ver                                           confuso tropel de gente
al alto del Miradero...                                        del Tajo a la vega baja.
Pasó un día y otro día,                                       Vienen delante don Pedro
un mes y otro mes pasó,                                    de Alarcón, Ibán de Vargas,
y el tercer año corría;                                        su hija Inés, los escribanos,
Diego a Flandes se partió                                  los corchetes y los guardias;
y de Flandes no volvía.                                      y detrás monjes, hidalgos,
 Era una tarde serena;                                        mozas, chicos y canalla.
doraba el sol de Occidente                                Otra turba de curiosos
del Tajo la vega amena,                                    en la vega los aguarda,
y apoyada en una almena                                  cada cual comentando
miraba Inés la corriente...                                  el caso según le cuadra.
A lo lejos por el llano,                                       Entre ellos está Martínez
en confuso remolino,                                         en apostura bizarra...
vio de hombres tropel lejano                             Los plebeyos de reojo
que en pardo polvo liviano                                le miran de entre las capas
dejan envuelto el camino.                                  los chicos, al uniforme,
Bajó Inés del torreón,                                        las mozas, a la cara.
y, llegando recelosa                                           Llegado el gobernador
a las puertas del Cambrón,                                y gente que le acompaña,
sintió latir,  zozobrosa,                                      entraron todos al claustro
más inquieto el corazón.                                   que iglesia y claustro separa.
Tan galán como altanero,                                  Encendieron ante el Cristo
dejó ver la escasa luz                                         cuatro cirios y una lámpara,
por bajo el arco primero                                    y de hinojos un momento
un hidalgo caballero                                          le rezaron en voz baja.
en un caballo andaluz...
Asiose a su estribo Inés,                                    Está el Cristo de la Vega 
gritando: --Diego, ¿eres tú?                               la cruz en tierra posada,
Y él, viéndola de través,                                    los pies alzados del suelo
dijo: --¡Voto a Belcebú,                                     poco menos de una vara;
que no me acuerdo quién es!                             hacia la severa imagen
Dio la triste un alarido                                       un notario se adelanta,
tal respuesta al escuchar,                                   de modo que con el rostro
y a poco perdió el sentido,                                 al pecho santo llegaba.
sin que más voz ni gemido                                A un lado tiene a Martínez;
volviera en tierra a exhalar.                               al otro lado Inés de Vargas;
Frunciendo ambas a dos cejas,                          detrás, el gobernador
encomendola a su gente                                    con sus jueces y sus guardias.
diciendo: --¡Malditas viejas                               Después de leer dos veces
que a las mozas malamente                               la acusación entablada,
enloquecen con consejas!                                  el notario a Jesucristo
Y aplicando el capitán                                       así demándó en voz alta:
a su potro las espuelas,                                      --Jesús, hijo de María,
el rostro a Toledo dan,                                       ante nos esta mañana
y a trote cruzando van                                       citado como testigo
las oscuras callejuelas.                                      por boca de Inés de Vargas.
         ********                                                 ¿Juráis ser cierto que un día
Era entonces de Toledo                                    a vuestras divinas plantas
por el rey gobernador                                       juró a Inés Diego Martínez
el justiciero y valiente                                      por su mujer desposarla?
don Pedro Ruiz de Alarcón.
Muchos años por su patria                               Asida a un brazo desnudo
el buen viejo peleó;                                          una mano atarazada        
cercenado tiene el brazo,                                  vino a posar en los autos
mas entero el corazón.                                     la seca y hendida palma,
La mesa tiene delante,                                     y allá en los aires "¡Sí juro!",
los jueces en derredor,                                    clamó una voz más que humana.
los corchetes a la puerta                                  Alzó la turba medrosa
y en la derecha el bastón.                                la vista a la imagen santa.
Está como presidente                                      Los labios tenía abiertos
del tribunal superior,                                       y una mano desclavada.
entre un dosel y una alfombra,                                  *********
reclinado en su sillón,                                      Las vanidades del mundo
escuchando con paciencia                                renunció allí mismo Inés.
la casi asmática voz                                         Y espantado de sí propio,
con que un tétrico escribano                            Diego Martínez también.
solfea una apelación.                                       Los escribanos temblando,
Los asistentes bostezan                                   dieron de esta escena fe,
al murmullo arrullador;                                   firmando como testigos
los jueces, medio dormidos,                            cuantos hubieron poder.
hacen pliegues al ropón;                                  Fundose un aniversario
los escribanos repasan                                     y una capilla con él,
sus pergaminos al sol;                                     y don Pedro de Alarcón
los corchetes a una moza                                 el altar ordenó hacer,
guiñan en un corredor,                                     donde hasta el tiempo que corre,
y abajo en Zocodover,                                      y en cada año una vez,
gritan en discorde son                                      con la mano desclavada
los que en el mercado venden,                         el crucifijo se ve.
lo vendido y el valor.
 
 
     

No hay comentarios:

Publicar un comentario