Desde
que llegamos a la ciudad imperial, en nuestro deambular constante por el centro
habíamos observado una serie de preparativos con vistas a la celebración de la
famosa Procesión del Corpus. En efecto, en nuestras pescas de sirenas y cazas
de fantasmas habíamos descubierto algunas calles con toldos elaborados por
antiguos gremios de tejedores y sederos, con incensarios y adornos de diversos
tipos: las calles por las que pasaría la procesión en su día. Esta misma mañana
en Zocodover, en Comercio, en la Plaza del Ayuntamiento, en Trinidad
observábamos a cuadrillas de trabajadores echando al piso de las calles matas
de cantueso, de tomillo, de espliego, de romero, y disponiendo los últimos
detalles para que todo estuviera a punto.
Existía
en el grupo expectación por ver lo que nos deparaba la pesca y la caza aquella
noche, así que ya cerca de las once nos encaminamos de nuevo al Centro. Las
plantas olorosas, pisadas por los transeúntes desprendían aromas que
embalsamaban el ambiente cálido de la noche. Los balcones del trayecto habían
sido engalanados con colgaduras, banderas, mantones, reposteros, plantas...
Llegábamos ya casi al inicio de Comercio, cuando hubimos de abrir paso a la
Banda Municipal que se nos echaba materialmente encima, pues se estaba ya
llevando a cabo la inspección que la Corporación Municipal debía hacer del
recorrido. El eje del cortejo era el Pertiguero, un mocetón vestido de negro a
la usanza antigua, portador de una pértiga de cuatro metros de altura, con la que
comprobaba si hubiera algo en lo que tropezara su pértiga a fin de excluirlo del
trazado, para que no embarazara al día siguiente el paso de la carroza
portadora de la Custodia del Santísimo. Tras el Pertiguero, varios grupos de
danzantes, una representación de la Corporación Municipal y una escuadra de
jinetes.
Desgraciadamente
la Tarasca, un descomunal animal mitológico que engulle a la chiquillería, los
gigantones y los cabezudos no desfilaban. Me dijeron que lo habían hecho hacia
las siete de la tarde entre las risas de los medianos y los miedos de los más
pequeños. No me preocupé demasiado, pues nuestros integrantes más jóvenes no
bajaban de los treinta y muchos.
Desapareció
el cortejo camino de Zocodover y nosotros partimos en dirección contraria. La
catedral había sido engalanada con tapices flamencos de los siglos XVI y XVII.
Yendo siempre siguiendo la ruta de la procesión pero a contracorriente,
descubrimos el templo donde el Santísimo tiene adoradores las veinticuatro
horas del día y entramos a hacer una visita. Y siguiendo, advertimos que a lo
largo del recorrido había también altares y que también los patios de las casas
se engalanan por el Corpus en Toledo, como en Córdoba en el mes de abril, y
también se hacen concursos de patios, de modo que quien lo deseó pudo admirar
alguno.
Y
callejeando, callejeando, ya se me cerraban los ojos y se me abría la boca,
cuando no sé muy bien cómo nos hallamos a la puerta del hotel. Sentí entonces
la llamada imperiosa de la cama, que me reclamaba a voz en grito, y sin
preocuparme de la hora, hechas las abluciones oportunas, me invadió el hijo de
la Noche y del Sueño, Morfeo.
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