lunes, 7 de julio de 2014

En Toledo: Víspera de Corpus

         Desde que llegamos a la ciudad imperial, en nuestro deambular constante por el centro habíamos observado una serie de preparativos con vistas a la celebración de la famosa Procesión del Corpus. En efecto, en nuestras pescas de sirenas y cazas de fantasmas habíamos descubierto algunas calles con toldos elaborados por antiguos gremios de tejedores y sederos, con incensarios y adornos de diversos tipos: las calles por las que pasaría la procesión en su día. Esta misma mañana en Zocodover, en Comercio, en la Plaza del Ayuntamiento, en Trinidad observábamos a cuadrillas de trabajadores echando al piso de las calles matas de cantueso, de tomillo, de espliego, de romero, y disponiendo los últimos detalles para que todo estuviera a punto.
Existía en el grupo expectación por ver lo que nos deparaba la pesca y la caza aquella noche, así que ya cerca de las once nos encaminamos de nuevo al Centro. Las plantas olorosas, pisadas por los transeúntes desprendían aromas que embalsamaban el ambiente cálido de la noche. Los balcones del trayecto habían sido engalanados con colgaduras, banderas, mantones, reposteros, plantas... Llegábamos ya casi al inicio de Comercio, cuando hubimos de abrir paso a la Banda Municipal que se nos echaba materialmente encima, pues se estaba ya llevando a cabo la inspección que la Corporación Municipal debía hacer del recorrido. El eje del cortejo era el Pertiguero, un mocetón vestido de negro a la usanza antigua, portador de una pértiga de cuatro metros de altura, con la que comprobaba si hubiera algo en lo que tropezara su pértiga a fin de excluirlo del trazado, para que no embarazara al día siguiente el paso de la carroza portadora de la Custodia del Santísimo. Tras el Pertiguero, varios grupos de danzantes, una representación de la Corporación Municipal y una escuadra de jinetes.
Desgraciadamente la Tarasca, un descomunal animal mitológico que engulle a la chiquillería, los gigantones y los cabezudos no desfilaban. Me dijeron que lo habían hecho hacia las siete de la tarde entre las risas de los medianos y los miedos de los más pequeños. No me preocupé demasiado, pues nuestros integrantes más jóvenes no bajaban de los treinta y muchos.
Desapareció el cortejo camino de Zocodover y nosotros partimos en dirección contraria. La catedral había sido engalanada con tapices flamencos de los siglos XVI y XVII. Yendo siempre siguiendo la ruta de la procesión pero a contracorriente, descubrimos el templo donde el Santísimo tiene adoradores las veinticuatro horas del día y entramos a hacer una visita. Y siguiendo, advertimos que a lo largo del recorrido había también altares y que también los patios de las casas se engalanan por el Corpus en Toledo, como en Córdoba en el mes de abril, y también se hacen concursos de patios, de modo que quien lo deseó pudo admirar alguno.
Y callejeando, callejeando, ya se me cerraban los ojos y se me abría la boca, cuando no sé muy bien cómo nos hallamos a la puerta del hotel. Sentí entonces la llamada imperiosa de la cama, que me reclamaba a voz en grito, y sin preocuparme de la hora, hechas las abluciones oportunas, me invadió el hijo de la Noche y del Sueño, Morfeo.

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