Las posiciones
del refranero con respecto a la mujer me recuerdan mucho, salvadas las
distancias sobre todo en lo que a intenciones se refiere, a las que nacieron en
Italia en el Trecento (siglo XIV) y se extendieron a todas las literaturas
occidentales europeas. Del escritor del primer renacimiento italiano Giovanni
Boccaccio arrancan dos corrientes literarias opuestas una filofeminista y otra
misógina. La profeminista nació como una reacción al tratamiento que Boccaccio
da a las mujeres en el Decamerón o en el Corbaccio. Es una
corriente idealista que refuta la posición del italiano y ensalza a la fémina por
ser el motor que empuja al hombre a perfeccionarse y a acometer actos elevados,
dignos de honra. En nuestras letras, incluiríamos en este grupo Triunfo de las donas, de Juan Rodríguez del
Padrón, Defensa de las virtuosas mujeres, de mosén
Diego Valera, o el Libro de las virtuosas y claras mujeres, de don
Álvaro de Luna; y dos tipos de novela: la novela sentimental, cuya cima es Cárcel de amor, de Diego de San Pedro, y
la novela de caballerías, con el Amadís de
Gaula a la cabeza. También en el refranero se advierte doble corriente: la ensalzadora y la degradadora.
La mujer menudita,
siempre pollita
Harto es hermosa
la que es virtuosa
La mujer aguda
con el marido se escuda
La mujer buena
de la casa vacía hace llena
La mujer buena,
plata es que mucho suena
La mujer aliñada
antes que se viste hace la cama
La mujer que no
huele a nada, la mejor perfumada
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