miércoles, 25 de junio de 2014

Camino de Toledo

     Hace cosa de un mes, me llamó un amigo para pedirme que acompañara y dirigiera a un grupo que llevaba a Toledo los días 17, 18 y 19 de junio, porque quería que conocieran  la celebración del Corpus y disfrutaran de parte de lo que encierra en sí la ciudad imperial y capital primada. El grupo era disciplinadísimo y encantador y he disfrutado mucho con la visita. Aprovechando la experiencia, os ofrezco estas entradas.
 
I. La denominación
 
     ¿De dónde procede el nombre de Toledo?  Quizá se trate de un topónimo prerromano de origen ligur, dada la coincidencia existente entre ciertos topónimos españoles y otros de zonas italianas y francesas consideradas como propiamente ligures. Toleto es una ciudad italiana de zona ligur. Posiblemente el nombre de nuestro Toledo se deba a una emigración llegada de la península italiana.
 
II. Datos geográficos
 
     Situada en la Submeseta Sur, en las estribaciones de los Montes de Toledo, en el curso medio del Tajo, la ciudad antigua se alza en un promontorio de granito que ha obligado al río a desviarse, a encajonarse y a cercarla en un abrazo por el este, el sur y el oeste, dejándola abierta solamente por el norte. El punto más elevado es el alcázar (548 m.). Las casas se derraman en un  perímetro cuyo centro geométrico es aproximadamente la catedral y conforman un dédalo de callejuelas angostas, empinadas y tortuosas, la mayoría empedradas con cantos rodados.
 
 
III. Datos históricos
 
 
     El primer asentamiento fijo en el lugar lo constituyen castros sobre los que más tarde se levantará una población celtibérica amurallada que, tras resistencia feroz, cayó en manos de los romanos en el 192 a. C., y fue adscrita a la provincia Cartaginense. Como consecuencia de incursiones de los francos, se reedificaron las murallas en el siglo III. En el 306 era ya sede episcopal. En el año 411 la conquistaron los alanos.
     Derrotados a su vez los alanos por los visigodos, el rey Atanagildo estableció en ella su corte. Sabido es que al principio, la población goda recién venida a la península Ibérica no se unió a los hispanorromanos, e incluso llegaron a vivir en poblaciones separadas. En el 573, Leovigildo convirtió oficialmente la ciudad en capital del reino hispanogodo. Por su parte, los hispanorromanos establecieron un arzobispado que fue sede de importantes concilios. Uno de los hijos de Leovigildo, Hermenegildo, desposó a una hispanorromana y, apoyado por el clero, creó problemas a su padre, quien ordenó al verdugo lo degollara. Recaredo, hijo también de Leovigildo, se da cuenta de la dificultad de mantener la separación de los dos pueblos y en el tercer concilio de Toledo (589) se convierte al catolicismo. A partir de aquel momento los hispanorromanos, especialmente el clero, se incorporan a la dirección del reino. 
     En el año 711, Táriq desembarca con sus tropas en la Península Ibérica, según la leyenda gracias a la traición del conde don Julián, alcaide de Ceuta, padre de Florinda, la Cava, a la que el último rey godo, don Rodrigo, había ofendido. Vencidas las tropas de Rodrigo, los musulmanes, en siete años se extienden por toda la Península e intentan entrar en Francia, pero los reyes francos los derrotan en Poitiers y los musulmanes renuncian a seguir por Europa.
     Toledo pierde la capitalidad del reino. Como en la ciudad predomina la población mozárabe, es un constante foco de rebelión contra el emir de Córdoba; llega incluso a independizarse de él mediante el pago de un tributo. Esta situación se mantuvo hasta que Abderramán III la somete en el 931 y pasa por una época de esplendor. Con la disolución del califato, Toledo se transforma en un reino de taifa hasta que Alfonso VI la conquistó en 1085. Cuenta la leyenda que Alfonso se había refugiado en la taifa toledana para huir de su hermano Sancho II. Un día, se quedó dormido, cubierpo por unos reposteros. Pensando que se hallaban solos, los musulmanes hablaron de los lugares más débiles en la defensa de la ciudad. Alfonso, que se había despertado y oído la conversación, fingió seguir dormido. Cuando los musulmanes se dieron cuenta de que un cristiano se hallaba presente, para saber si realmente estaba dormido tomaron cera derretida y se la echaron en la mano. Alfonso no la retiró y quedó llagado, pero sabedor del secreto que le permitiría tomar la ciudad.
      Ante la diversidad racial, lingüística y religiosa de los habitantes de Toledo (francos, mozárabes, mudéjares, hebreos), Alfonso VI fue comprensivo y les concedió fueros propios  y zonas propias en que habitar.
     Aunque la convivencia de las distintas razas y culturas no fue siempre tranquila y respetuosa, hubo etapas pacíficas y creadoras, como la llamada Escuela de Traductores de Toledo, en que grupos de hombres de las diferentes culturas trabajaron en equipo. En la primera época, la de Rodrigo de Sauvetat, se traducen obras del árabe y el hebreo al latín, aunque tengan en muchas ocasiones como intermediario oral el castellano. En la segunda época, ya en el reinado de Alfonso X, traducen del árabe o hebreo al castellano y fijan por escrito la traducción castellana. Por primera vez una lengua romance es utilizada como lengua de cultura.
     Con Carlos I de España y V de Alemania, Toledo se transforma no solo en capital española sino de todo el Imperio. También es la ciudad Primada. Pero Felipe II traslada la capital a Madrid en 1561 y Toledo entra en decadencia hasta que en el último tercio del siglo XX se produce cierta recuperación.
     Con el establecimiento de las autonomías, es elevada a capital de Castilla-La Mancha y ha experimentado un importante renacer.
 
 
IV. Viaje y llegada a Toledo
 
 
     Salimos de Valencia a las 5 h. y 30 min. del día 17. Como es lógico, el madrugón, el ronroneo del motor y  los vaivenes propios de la marcha por carretera adormecieron de modo casi inmediato a los viajeros, de modo que solo después del descanso prescriptivo, aprovechado para satisfacer oportunas necesidades fisiológicas y desayunar, comenzamos a ofrecer  datos acerca de la meta a que nos dirigíamos y del plan aproximado que seguiríamos. Dada la atención con que seguían las explicaciones, incluso pude hablarles de zonas que no podríamos visitar y que tenían, sin embargo, su encanto, como los llamados baños de la Cava, con su leyenda, recogida en los romances, o la iglesia de Santa Leocadia, donde se encuentra el Cristo de la Vega, con su mano derecha desclavada de la cruz, cuya leyenda dio origen a  A buen juez mejor testigo, de José Zorrilla, de la que les leí fragmentos (1).
     Llegamos hacia las diez. Aprovechamos un despiste para conocer sin descender del vehículo el Puente de Alcántara, de origen romano, primero con que contó Toledo, destruido y vuelto a levantar en varias ocasiones. En la Edad Media fueron protegidos sus extremos por torreones, de los que hoy sólo se conserva el del la margen derecha; el otro fue sustituido por un arco en el siglo XVIII. Desde las alturas, al otro lado del río, nos miraba socarrón el Castillo de San Servando, al lado de la Academia de Infantería.  
     Como no teníamos permiso para que el autocar pasara intramuros, hubimos de descender en la Puerta de Bisagra. A unos 150 m. se hallaba el hotel, en la calle Real del Arrabal, de modo que casi sin pretenderlo comenzábamos la visita a pie. No es la primitiva puerta defensiva de la muralla, sino una puerta ornamental que se hizo en tiempos del emperador. La puerta árabe primitiva está entre  las torres cuadradas coronadas por prismas cubiertos de láminas verdes y blancas.  Vista desde el exterior, es una puerta con arco de medio punto flanqueada por dos torreones semicirculares. Sobre el arco se halla el escudo con el águila bicéfala de Carlos V. Encima de la puerta  nos encontramos con el ángel tutelar de la ciudad que, ¡cómo no!, posee también su leyenda.
     Casi enfrente de la puerta del hotel se ofrecieron a nuestra vista los tres ábsides de la iglesia mudéjar de Santiago del Arrabal, gran templo de tres naves, en cuyo interior se halla una imagen de san Vicente Ferrer, crucifijo en mano, en actitud nada pacífica, y también el púlpito desde el que predicaba. Su hermoso campanario, posiblemente sea un antiguo alminar desde el que el muecín llamaba a la oración. Curiosamente, todos los toledanos de esta zona con los que hablaría después la nombraron siempre iglesia de Santiago el Mayor y evitaron la palabra arrabal.
       
 
(1) Recogeré cuantas leyendas cite en una entrada que titularé Leyendas toledanas.     

 
 
 


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