La Catedral
Descansamos brevemente tras la comida y bajo un sol de justicia nos encaminamos a la Catedral. Agrupados en la Plaza del Ayuntamiento frente a la fachada, nos detuvimos para que pudiera explicar cómo en el lugar en que se alza existió una iglesia visigoda sobre la que los musulmanes levantaron la aljama mayor de Toledo que, a su vez, el arzobispo Bernardo, de acuerdo con la esposa de Alfonso VI la transformó en templo cristiano.
Las obras se iniciaron en 1227 bajo el arzobispado de Rodrigo Ximénez de Rada. Es, en efecto, una de las tres catedrales góticas de España cuya construcción comenzó en el reinado de Fernando III el Santo (León, Burgos y Toledo). En la fachada, enmarcada por dos torres desiguales, se abren tres puertas que reciben el nombre de los motivos que las decoran. La central, con parteluz, es la del Perdón; a la izquierda la del Infierno, y a la derecha la del Juicio. El resto de la fachada es de factura posterior, con mezcla de estilos.
La torre de la izquierda es la única acabada y su altura son 90 m. El primer cuerpo, campanario incluido, se edificó entre los siglos XIV y XV. En el siglo XVIII se colocó la Campana Gorda, la más famosa, de 17744 kg. Cuentan que para izarla hubieron de venir marinos de Cartagena, diestros en el manejo de grúas y cuerdas, que rompió al tañer cristales en las casas cercanas y que se rajó al poco tiempo. El cuerpo superior se halla rodeado de pináculos y lo remata un chapitel del siglo XIX. La otra torre ofrece solo el primer cuerpo. Un incendio destruyó el lucernario con que había sido cerrada, por lo que se cubrió de nuevo con la cúpula actual levantada por Jorge Manuel Theotocópuli. Bajo esa cúpula se halla la capilla mozárabe, donde he tenido el honor de cantar con un orfeón, en latín, naturalmente: en el rito mozárabe no se admite de otro modo.
Cuando quise entrar con el grupo por la estrecha puerta del Mollete, nos la encontramos cerrada, pues ahora la entrada se hace por la Puerta Llana. Recibe este nombre porque es la única puerta del recinto que en que interior y exterior están a la misma altura, de modo que ha sido siempre la puerta por la que ha salido la carroza portadora de la Custodia.
Está formado el templo por cinco naves de acuerdo con el plano trazado por el Maestro Martín. Las laterales se prolongan por detrás de la Capilla Mayor, formando una girola amplísima. La actual ubicación de la Capilla Mayor se debe al Cardenal Cisneros que ordenó la reforma y traslado de varios elementos precedentes. Desgraciadamente, no pudimos disfrutar de la contemplación del Retablo Mayor por la preparación que llevaban a cabo para la fiesta del Corpus. Está realizado en madera policromada y dorada. Su forma es curva, para adaptarse al espacio que cubre. En la base encontramos una gran predela y sobre ella cinco calles con escenas que representan temas de Nuevo Testamento, especialmente de la vida de Cristo, enmarcadas por filigranas que imitan las formas de la custodia, rematadas por un Calvario, rodeado de cielo estrellado. En el centro, hacia la parte inferior, se encuentra el Tabernáculo, de filigrana en madera dorada. Cierra el acceso una reja renacentista de Francisco de Villalpando, rematada por las armas de Carlos V y un grandioso Crucificado.
Frente a la Capilla Mayor, tras la reja plateresca de Domingo de Céspedes se halla el Coro. El Maestro Pedro Pérez, sucesor de Martín en la dirección de las obras modifica el trazado inicial y sitúa el coro en el centro de la iglesia, a la manera del primitivo coro de la catedral de Santiago de Compostela. Acogía al arzobispo, canónigos, racioneros y capellanes de coro. Está compuesto por una fila de sillería alta y otra de sillería baja, en que se representan diversos episodios bíblicos y también de la conquista de Granada. Cuando el grupo descubrió el uso 'las misericordias' de las sillas para descansar el 'antifonario', las dos palabras corrieron durante el resto de la tarde de boca en boca. Preside el altar de prima una escultura gótica francesa del siglo XIV de la Virgen Blanca llena de dulzura.
Pasamos a continuación a la Sacristía, donde nos acogió la bóveda de Lucas Jordán que representa la Descensión de la Virgen y la entrega de la casulla a san Ildefonso. Allá al fondo del rectángulo que conforma la Sacristía nos esperaba El Expolio, y hacía guardia alrededor el mejor apostolado de los conservados completos.
De entre los muchos cuadros con el mismo tema que pintó Doménico Theotocópuli, este es seguramente el mejor. Debió comenzarlo al principio de su estancia en España, en 1577. Dos años después, la obra estaba terminada y fue valorada en 277 ducados. El autor rechaza la cantidad por considerarla demasiado baja y pide 800 ducados. Uno de los motivos que alegaban los tasadores para reducir la cuantía era la presencia en el cuadro de las tres Marías, no citada en ninguno de los evangelios. La querella concluye con el reconocimiento de la enorme calidad de la obra y el encargo al Greco de la construcción del altar, hoy desaparecido, en que había de colocarse el lienzo.
Nos ofrece el cuadro un Cristo descalzo, que va a ser despojado de su túnica. La mirada de Jesús se dirige a lo alto, como trascendiendo la realidad terrena. Su actitud es de profundo sosiego y total entrega; apoya delicadamente la punta de los dedos de una mano derecha cuidadísima a la altura del corazón. Un malencarado sayón bigotudo lo tiene sujeto con una cuerda por la muñeca derecha y parece a punto de arrancarle la túnica roja, mancha alrededor de la que gira la composición de la obra. Al otro lado de Jesús, se encuentra meditativo el centurión, con la armadura tan bruñida que refleja como un espejo el color de la túnica. Es una armadura anacrónica, propia del siglo XVI, lo mismo que el resto de las armas. Delante del Maestro, situados de modo que permitan su visión entera, aparecen a la izquierda las tres Marías y a la derecha un carpintero que horada con una barrena el grueso madero de la cruz. Los colores ocres del grupo contrastan vivamente con el rojo central y el verde de la vestidura del sayón. Tras Jesús, un amontonamiento abigarrado de cabezas en actitudes diversas, que no logran empañar el rostro dolorido y solitario del rabí.
También en la Sacristía contemplamos con menos detalle y detención El Prendimiento, de Goya; La Última Cena, de Juan de Borgoña; La Sagrada Familia, de Van Dyck; La Dolorosa, de Morales y El Diluvio, de Bassano.
La hermosa Capilla de los Reyes Nuevos recibe esta denominación porque en ella se encuentran los sepulcros de reyes de la dinastía Trastámara. Junto a los muros laterales los de Enrique II y Enrique III y los de sus esposas. Junto al presbiterio, con estatuas en actitud de oración, los de Juan I y su mujer. Nos llamó la atención el hecho de que en esta capilla hubiera dos órganos.
En la girola nos detuvimos un buen rato ante el Transparente. Es una obra doble: de ingeniería y escultórica, situada a espaldas del Altar Mayor. A comienzos del siglo XVIII se consideró que la estancia que guardaba el Santísimo Sacramento tras el retablo mayor era excesivamente oscura porque no recibía luz natural, por lo que se ideó dársela desde la girola. Para ello, primero era necesario romper la bóveda y hacer un tragaluz, lo que suponía riesgo de derrumbamiento en estructuras tan delicadas como las del arte gótico. Después horadar los muros de la cabecera de la Capilla Mayor. A pesar de los riesgos y las críticas, Narciso Tomé y sus hijos llevaron a cabo la obra. Abierta la bóveda, se decoró el tragaluz con figuras alusivas a la Eucaristía. El Transparente propiamente dicho es un magno retablo barroco que rompe la uniformidad gótica de la girola. Se trata de un retablo de mármol, situado sobre un altar, sostenido por dos angelotes. El primer cuerpo es una escultura de la Virgen de la Leche, entre columnas y bajorrelieves. Más arriba, un radiante sol de bronce disimula la abertura hecha en el muro, que recibe la luz procedente de la bóveda. Alrededor, el encuentro de Abigail con David. Después las esculturas de santa Leocadia y santa Casilda, y sobre ellas, la Santa Cena. Más arriba, san Eugenio y San Ildefonso. Coronan el retablo las tres virtudes teologales.
La Capilla de Santiago alberga el sepulcro de don Álvaro de Luna y de su esposa, doña Juana de Pimentel, que ocupan el centro del recinto. En época del cardenal Cisneros se crea la nueva Sala Capitular que posee también una antesala. Esta es una combinación de gótico flamígero y mudéjar y en ella se encuentran los armarios donde se archivan las actas de cada capítulo. La entrada a la Sala Capitular propiamente dicha está realizada de yeserías mudéjares. Dentro de la sala sorprende el artesonado dorado y policromado. La parte superior de las paredes se decora con escenas de la vida de la Virgen y de la Pasión. Debajo de las escenas se ofrece una serie de retratos de los arzobispos toledanos. En la fila superiror hasta el Cardenal Cisneros, pintados por Juan de Borgoña. Los de la fila inferior han sido pintados por pintores famosos de la época correspondiente.
Tras rápida visita al Tesoro, salimos del templo por la misma Puerta Llana pensando en que volveríamos el jueves 19 para asistir a la misa mozárabe y completar la visita en el Claustro.
De entre los muchos cuadros con el mismo tema que pintó Doménico Theotocópuli, este es seguramente el mejor. Debió comenzarlo al principio de su estancia en España, en 1577. Dos años después, la obra estaba terminada y fue valorada en 277 ducados. El autor rechaza la cantidad por considerarla demasiado baja y pide 800 ducados. Uno de los motivos que alegaban los tasadores para reducir la cuantía era la presencia en el cuadro de las tres Marías, no citada en ninguno de los evangelios. La querella concluye con el reconocimiento de la enorme calidad de la obra y el encargo al Greco de la construcción del altar, hoy desaparecido, en que había de colocarse el lienzo.
Nos ofrece el cuadro un Cristo descalzo, que va a ser despojado de su túnica. La mirada de Jesús se dirige a lo alto, como trascendiendo la realidad terrena. Su actitud es de profundo sosiego y total entrega; apoya delicadamente la punta de los dedos de una mano derecha cuidadísima a la altura del corazón. Un malencarado sayón bigotudo lo tiene sujeto con una cuerda por la muñeca derecha y parece a punto de arrancarle la túnica roja, mancha alrededor de la que gira la composición de la obra. Al otro lado de Jesús, se encuentra meditativo el centurión, con la armadura tan bruñida que refleja como un espejo el color de la túnica. Es una armadura anacrónica, propia del siglo XVI, lo mismo que el resto de las armas. Delante del Maestro, situados de modo que permitan su visión entera, aparecen a la izquierda las tres Marías y a la derecha un carpintero que horada con una barrena el grueso madero de la cruz. Los colores ocres del grupo contrastan vivamente con el rojo central y el verde de la vestidura del sayón. Tras Jesús, un amontonamiento abigarrado de cabezas en actitudes diversas, que no logran empañar el rostro dolorido y solitario del rabí.
También en la Sacristía contemplamos con menos detalle y detención El Prendimiento, de Goya; La Última Cena, de Juan de Borgoña; La Sagrada Familia, de Van Dyck; La Dolorosa, de Morales y El Diluvio, de Bassano.
La hermosa Capilla de los Reyes Nuevos recibe esta denominación porque en ella se encuentran los sepulcros de reyes de la dinastía Trastámara. Junto a los muros laterales los de Enrique II y Enrique III y los de sus esposas. Junto al presbiterio, con estatuas en actitud de oración, los de Juan I y su mujer. Nos llamó la atención el hecho de que en esta capilla hubiera dos órganos.
En la girola nos detuvimos un buen rato ante el Transparente. Es una obra doble: de ingeniería y escultórica, situada a espaldas del Altar Mayor. A comienzos del siglo XVIII se consideró que la estancia que guardaba el Santísimo Sacramento tras el retablo mayor era excesivamente oscura porque no recibía luz natural, por lo que se ideó dársela desde la girola. Para ello, primero era necesario romper la bóveda y hacer un tragaluz, lo que suponía riesgo de derrumbamiento en estructuras tan delicadas como las del arte gótico. Después horadar los muros de la cabecera de la Capilla Mayor. A pesar de los riesgos y las críticas, Narciso Tomé y sus hijos llevaron a cabo la obra. Abierta la bóveda, se decoró el tragaluz con figuras alusivas a la Eucaristía. El Transparente propiamente dicho es un magno retablo barroco que rompe la uniformidad gótica de la girola. Se trata de un retablo de mármol, situado sobre un altar, sostenido por dos angelotes. El primer cuerpo es una escultura de la Virgen de la Leche, entre columnas y bajorrelieves. Más arriba, un radiante sol de bronce disimula la abertura hecha en el muro, que recibe la luz procedente de la bóveda. Alrededor, el encuentro de Abigail con David. Después las esculturas de santa Leocadia y santa Casilda, y sobre ellas, la Santa Cena. Más arriba, san Eugenio y San Ildefonso. Coronan el retablo las tres virtudes teologales.
La Capilla de Santiago alberga el sepulcro de don Álvaro de Luna y de su esposa, doña Juana de Pimentel, que ocupan el centro del recinto. En época del cardenal Cisneros se crea la nueva Sala Capitular que posee también una antesala. Esta es una combinación de gótico flamígero y mudéjar y en ella se encuentran los armarios donde se archivan las actas de cada capítulo. La entrada a la Sala Capitular propiamente dicha está realizada de yeserías mudéjares. Dentro de la sala sorprende el artesonado dorado y policromado. La parte superior de las paredes se decora con escenas de la vida de la Virgen y de la Pasión. Debajo de las escenas se ofrece una serie de retratos de los arzobispos toledanos. En la fila superiror hasta el Cardenal Cisneros, pintados por Juan de Borgoña. Los de la fila inferior han sido pintados por pintores famosos de la época correspondiente.
Tras rápida visita al Tesoro, salimos del templo por la misma Puerta Llana pensando en que volveríamos el jueves 19 para asistir a la misa mozárabe y completar la visita en el Claustro.
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