El Alcázar
Se había previsto que una vez alojados visitáramos el Alcázar. Dice una coplilla: "Es Toledo, mis señores, / como el culo de una taza, / todo son cuestas y cuestas / para llegar al Alcázar." Como entre nosotros había personas mayores con dificultades motrices, subimos por la parte con menos pendiente y piso más igual: calles Real del Arrabal, Venancio González y Armas. Apenas habíamos comenzado la ascensión nos encontramos a mano derecha con una puerta de estilo mudéjar que es al mismo tiempo torre albarrana, pues las murallas continúan a uno y otro lado de ella. Consta de dos torreones laterales entre los que se abre paso un hueco con arcos de herradura y apuntados. Mandada construir en el siglo XIV por el arzobispo Pedro Tenorio, fue conocida como Puerta de la Herrería, mas en el siglo XVI se colocó sobre la abertura de la puerta un medallón que recoge el milagro de la casulla de san Ildefonso, por lo que pasó a denominarse con el nombre del santo. Hoy se la conoce comúnmente como Puerta del Sol, aunque en algunos planos aparece también como Puerta del Cristo de la Luz, quizá por la proximidad de la mezquita y de la calle homónimas. Subimos..., como suben los mayores..., pensando en que "pa las cuestas arriba / quiero mi burro, / que las cuestas abajo / yo bien las subo", y nos agrupamos en la plaza de Zocodover.
Es una plaza casi triangular, ajardinada, llena de vida a todas las horas del día y parte de la noche. Siempre que he pasado por allí estaba en ebullición, desde la mañana cuando acudía a adquirir la prensa hasta el paseo tras la cena, cuando salíamos los menos cansados a pescar sirenas y cazar fantasmas. Lo curioso es que a hora tan intempestiva como las 22 la plaza se encontraba a rebosar de chiquillos que se traían una algarabía increíble, mientras los padres, sentados en las terrazas o en los bancos, se refrescaban o charlaban tranquilamente. El nombre, de origen indudablemente árabe, significa 'zoco de las bestias', por lo que se supone fuera lugar de mercado de ganado. Dicen que con el paso de los tiempos se alancearon en ella toros, se hicieron juegos, se quemó a los acusados de herejía y se ajustició a malhechores y sirvió y sigue sirviendo de mentidero. Lugar multiusos muy bien aprovechado, como se advierte.
El picacho donde se encuentra el alcázar ha sido a lo largo de los tiempos lugar fortificado: castro, pretorio, alcazaba, castillo... Carlos I pensó construir un palacio para residencia de los reyes. El arquitecto Alonso de Covarrubias comenzó las obras en 1545; a su muerte le sucedió Juan de Herrera. Las obras se prolongaron durante casi un siglo. Y, cosas de la vida, en 1643 el edificio fue transformado en prisión. Como consecuencia de la Guerra de Sucesión y de un incendio acabó en ruinas. El cardenal Francisco A. Lorenzana encargó a Ventura Rodríguez la rehabilitación del edificio para utilizarlo como Casa de Caridad, obras que terminaron en 1776. Y como poco duran las alegrías en la casa del pobre, durante la Guerra de Independencia volvió a incendiarse. Restaurado de nuevo, en 1883 fue habilitado como Academia General Militar, pero otro incendio lo arruina cinco años más tarde. Reedificado otra vez, el minado de sus torres en 1936 provocó su casi total destrucción.
Hoy es un enorme edificio que ofrece cuatro fachadas regulares enmarcadas por cuatro torreones. Sede el Museo del Ejército y de la Biblioteca Regional de Castilla-La Mancha, en el interior cabe destacar un hermoso patio renacentista con dos galerías de columnas. En el centro del patio se eleva una estatua de Carlos V. También se conserva el despacho del coronel Moscardó durante el asedio.
Acabada la visita, tornamos al hotel con más alegría trotona, no sé si porque era cuesta abajo o porque la esperanza de una comida reparadora ponía alas a nuestros pies. O quizá se debiera a lo uno y lo otro.
Es una plaza casi triangular, ajardinada, llena de vida a todas las horas del día y parte de la noche. Siempre que he pasado por allí estaba en ebullición, desde la mañana cuando acudía a adquirir la prensa hasta el paseo tras la cena, cuando salíamos los menos cansados a pescar sirenas y cazar fantasmas. Lo curioso es que a hora tan intempestiva como las 22 la plaza se encontraba a rebosar de chiquillos que se traían una algarabía increíble, mientras los padres, sentados en las terrazas o en los bancos, se refrescaban o charlaban tranquilamente. El nombre, de origen indudablemente árabe, significa 'zoco de las bestias', por lo que se supone fuera lugar de mercado de ganado. Dicen que con el paso de los tiempos se alancearon en ella toros, se hicieron juegos, se quemó a los acusados de herejía y se ajustició a malhechores y sirvió y sigue sirviendo de mentidero. Lugar multiusos muy bien aprovechado, como se advierte.
El picacho donde se encuentra el alcázar ha sido a lo largo de los tiempos lugar fortificado: castro, pretorio, alcazaba, castillo... Carlos I pensó construir un palacio para residencia de los reyes. El arquitecto Alonso de Covarrubias comenzó las obras en 1545; a su muerte le sucedió Juan de Herrera. Las obras se prolongaron durante casi un siglo. Y, cosas de la vida, en 1643 el edificio fue transformado en prisión. Como consecuencia de la Guerra de Sucesión y de un incendio acabó en ruinas. El cardenal Francisco A. Lorenzana encargó a Ventura Rodríguez la rehabilitación del edificio para utilizarlo como Casa de Caridad, obras que terminaron en 1776. Y como poco duran las alegrías en la casa del pobre, durante la Guerra de Independencia volvió a incendiarse. Restaurado de nuevo, en 1883 fue habilitado como Academia General Militar, pero otro incendio lo arruina cinco años más tarde. Reedificado otra vez, el minado de sus torres en 1936 provocó su casi total destrucción.
Hoy es un enorme edificio que ofrece cuatro fachadas regulares enmarcadas por cuatro torreones. Sede el Museo del Ejército y de la Biblioteca Regional de Castilla-La Mancha, en el interior cabe destacar un hermoso patio renacentista con dos galerías de columnas. En el centro del patio se eleva una estatua de Carlos V. También se conserva el despacho del coronel Moscardó durante el asedio.
Acabada la visita, tornamos al hotel con más alegría trotona, no sé si porque era cuesta abajo o porque la esperanza de una comida reparadora ponía alas a nuestros pies. O quizá se debiera a lo uno y lo otro.
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