Tú nos dijiste que la muerte
no es el final del camino,
que aunque morimos no somos
carne de un ciego destino.
Tú nos hiciste, tuyos somos,
nuestro destino es vivir,
siendo felices contigo,
sin padecer ni morir.
Querido Pedro:
Un buen amigo común acaba de comunicarme tu fallecimiento: mi cuerpo es un manojo de nervios y mi mente un hervidero de ideas que pugnan por salir todas a la vez sin orden ni concierto. Más de una vez he confesado mi admiración por ti en aspectos en que te veía superior a mí y te consideraba con sana envidia, con deseo de emulación, la meta a que debía acercarme. Por ejemplo, confieso que nunca he sabido controlarme a pesar de las lecciones de autocontrol que me ofreciste con tu comportamiento a lo largo de los años que hemos convivido. Sí, amigo, esa es una de las muchas facetas que admiré y envidié en ti, el dominio de ti mismo. Serio, triste quizá te haya visto en alguna ocasión; airado, jamás.
Habías dejado que el Señor te envolviera en su espíritu de amor, y estabas siempre dispuesto a ayudar, a servir de forma disciplinada, sencilla, callada y discreta. Nunca te echaste atrás ante una petición de ayuda. Cuando habíamos de preparar el centro parroquial para las lecturas dramatizadas, no fallaste nunca y eras siempre de los primeros en acudir y el último en marchar. Nunca pusiste una pega a la tarea que se te encomendaba; no te retraías, por dura que fuera. Además eras único coordinándonos y dirigiéndononos.
Tenías nombre de pescador y pescabas en aguas limpias; y hacías familia enseñando a los tuyos, como en un juego, y te desvivías por ellos. Recuerdo una ocasión en que, muy de mañana, sentado en un banco junto a uno de tus nietos a la puerta de tu casa, os traíais un tejemaneje idéntico que me admiró y provocó mi curiosidad, de modo que me acerqué y pregunté qué hacíais. Con toda sencillez y como quien no quiere la cosa respondiste: "Le estoy enseñando a pescar". Entonces sonreí, pero mi sorpresa fue grande cuando anteayer al recordarte, entre bromas, el episodio me respondiste que era ahora un excelente pescador. ¡Por sus frutos los conoceréis!
Y cuando, a solas, el médico te comunicó sin tapujos que tenías la partida de esta vida perdida, aceptaste como un perfecto estoico, como un senequista puro, sin una queja, sin un lamento tu estado, te enfrentaste a la muerte con toda serenidad y me diste la última lección cristiana en vida: la de saber enfrentarte al destino desde la esperanza que habíamos estado celebrando en nuestra parroquia a lo largo de todo el curso.
Tú, Pedro bueno, Pedro amable, Pedro callado, Pedro eficiente, Pedro disciplinado, Pedro prudente, Pedro discreto, Pedro valiente; Pedro sosegado, Pedro amigo, Pedro emprendedor, Pedro apacible, Pedro llano, Pedro afable; Pedro previsor, Pedro razonable, Pedro acogedor, Pedro firme, Pedro grande...
Intercede ante el Padre para que un día podamos gozar a tu lado.
Juan José
Valencia, 21 de junio de 2014
No hay comentarios:
Publicar un comentario