Dos
tipos de vergüenza he encontrado en el refranero. El primero está basado en la
estimación de la propia honra, en la dignidad, en el pundonor. Consistiría en
el sentimiento penoso de la propia indignidad por la pérdida deshonrosa o
humillante de la buena fama o del prestigio. Es el mismo tipo que llevaba a
nuestros personajes literarios a situaciones límite con el objeto de lavar el
oprobio, tan tajantes se mostraban al respecto. El Duque de Rivas recoge en uno
de sus romances históricos, Un castellano
leal, la leyenda toledana según la cual el Conde de Benavente quema su palacio
por la vergüenza de haberse visto obligado a albergar en él durante una noche, según
la orden inexcusable del emperador Carlos V, al Condestable de Borbón, traidor a
su señor natural, el rey de Francia, según el de Benavente. El segundo es mucho
menos espectacular, más humilde y estaría basado en la falta de confianza en uno
mismo; lo podríamos denominar timidez. Y sin embargo, también ha tenido acogida
en nuestra literatura: El vergonzoso en palacio,
de Tirso de Molina.
RECUERDA:
Quien tiene vergüenza
ni cena ni almuerza
Más vale rostro bermejo que corazón negro
Ni en la cama ni
en la mesa es útil la vergüenza
Al hombre vergonzoso
el diablo lo trajo a palacio
Cuando huir es
menester, con honra se puede hacer
Más vale vergüenza
en cara que mancilla en corazón
La vergüenza y
la honra, si se pierden, no se recobran
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