Hace aproximadamente treinta años,
mi mujer y yo llevamos a nuestros niños a que conocieran Ávila. Eran entonces
unos pipiolillos que entraban disciplinadamente en los asientos posteriores de
nuestro Fiesta, dispuestos a aguantar los kilómetros que les echaran. Teníamos
por entonces un precioso perro caniche, Cipión,
nombre que le habíamos puesto en honor a Miguel de Cervantes que, ¿recordáis?,
en el Coloquio de dos perros hace
dialogar a Berganza con Cipión,
quienes hacen una crítica de distintos aspectos de la sociedad de la época.
Llegados a Ávila, tomamos habitaciones en el hotel que hay frente a la
Catedral, donde no se admitían animales de compañía, así que el pobrecito había
de estar en el coche mientras permanecíamos en el hotel que era durante
solo la noche, pues andábamos de pingo
el resto del tiempo. Naturalmente, había que darle los paseos de rigor para que
marcara su territorio e hiciera aguas
mayores si venía a cuento. Recuerdo que la primera noche, acostados ya los
chiquillos, a eso de las once, decidí salir a fumar un cigarrillo y ver
intramuros la ciudad. Fui por el perro y dejé que él
me guiara. Al cabo de un rato de callejeo, nos encontramos con la hermosa
fachada plateresca de un palacio, magníficamente iluminada. Deslumbrado, me
encaramé a la verja que lo rodeaba, cuando caigo en la cuenta de que en el patio
había rollos de alambrada de acero. Me dio aquello mala espina, así que
descendí de mi atalaya. Apenas unos segundos después se me acercan tres militares
y me preguntan qué busco allí. Les cuento lo sucedido y me dicen que es el palacio
de Polentinos, sede de la Academia de Intendencia. Les pido disculpas y me
permiten continuar el peripatético periplo. Tomo hacia una espadaña que se advierte un poco más
allá. De pronto, ya casi en la Puerta del Carmen leo: “Todo por la Patria. Casa cuartel de la Guardia Civil”. Temiendo otro
encuentro militar, llamo a Cipión, le
pongo la correa y salgo escopetado hacia la Plaza de la Catedral: no más aventuras
aquella noche.
Una y no más, santo
Tomás
Fue por lana y
volvió trasquilado
El escarmentado
bien conoce el vado
No escarmentéis
una vez y serán dos o tres
Escarmentar en
cabeza ajena doctrina buena
Es bienaventurado
quien de los peligros ajenos queda avisado
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