"En un lugar de España, de cuyo nombre pudiera muy bien
acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un alcalde..."
Wu Chao Ren
El alcalde de Retortujón de la Rinconada, orondo, paticorto, miope, alindongado y pedante, cruzaba la Plaza de la Villa camino del Ayuntamiento. Olía a tierra mojada después del primer chaparrón de otoño, tras un verano bochornoso, seco y polvoriento. La lluvia, escasa, había esculpido extrañas inscripciones en el polvo con rasgos cuneiformes. Las hojas agostadas de los álamos, remecidas por el viento de la tarde, ofrecían una salmodia áspera, rasposa, de cardo en secarral.
Desde que asistiera al Congreso Autonómico de su partido, a finales de la primavera, había entrado en su sesera la extraña idea de dulcificar las expresiones de sus convecinos para que no fueran tan directas, tan brutales y tan desagradables como solían manifestarse. Consideraba necesario reeducarlos, moderar sus ásperas maneras, mostrarles cómo utilizar el lenguaje, de modo que dijeran lo mismo que querían decir, pero evitando toda señal de patanería, de pueblerinismo, asemejándose y superando en lo posible a las agradables formas de expresión de los discursos de los distintos ponentes del Congreso. Sí, había que empezar por los más célebres e influyentes e ir descendiendo en la ímproba labor hasta los más ignorantes.
Comenzaría dando ejemplo él mismo: Como la ecología tenía un fuerte tirón de novedad y moda, y podría cosechar votos en las elecciones, llevaría al próximo pleno una moción para que los barrenderos fueran denominados 'asistentes' o 'ayudantes ecológicos', según decidiera el resultado de la votación, y los basureros 'desinfectadores de la vía pública'. Por su parte, los parados recibirían el nombre de 'ociosos no voluntarios', 'empleados del paro', 'expectantes de suministro laboral estable' o, si venían mal dadas, 'disfrutadores del P.E.R'. Los retenidos en el calabozo por los guardias locales se llamarían en adelante 'clientes del sistema penitenciario municipal'.
Reconocería los derechos laborales de las izas, rabizas, colipoterras, hurgamanderas, putarazanas y suripantas camilojosecelescas de Casa Brígida como 'operarias del amor', las inscribiría en la Seguridad Social como 'empleadas sexuales', con plus de nocturnidad incluido, pues, al fin y al cabo, como 'chicas de alterne', eran 'damas de la noche' de altísimo riesgo laboral.
Por módicas sumas, entregaría a los agricultores diplomas, firmados por él mismo, en que los titularía 'técnicos en botánica' e 'industriales de la tierra'; a los porteros se les designaría 'cancerberos uniformados', y a los cuatro carteros 'administradores de comunicación'.
Para aumentar la sensación de elevación cultural de la villa, propondría a los dueños de algunos establecimientos el cambio de denominación oficial. La sala de cine debería ser rebautizada como 'Sala de Ocio Intelectual', con rótulos luminosos de neón, restallantes e intermitentes. El restaurante de Melchor habría de recibir el nombre de 'Centro Gastronómico Cultural'; la agencia de viajes de Modesto 'Órgano Promotor de Cosmopolitismo'; el quiosco de la señora Sofoco 'Sede Informativo-cultural'; las pompas fúnebres de Saturnino 'Agencia de Ostentación No Vital', y la barbería de Paco 'Sastrería de Cabellos y Tundiduría de Barbas'.
Como no todo iba a ser beneficio ajeno, dispondría 'acciones positivas' para evitar la discriminación de la mujer y promovería el nombramiento de su entretenida, Purita, como comisionada de festejos, hecho que podía permitirle a ella, dada la extensión de la 'cultura del pelotazo', alguna trapisonda que, sin duda, originaría 'agujeros económicos' que él disimularía con una eficaz política de expansión. Sería un 'trinqui' provechoso, mucho más difícil de descubrir que cualquier 'mangui' en especie.
A don Fulgencio, el cura, habría de decirle que los evangelios son de una crueldad e inmisericordia lingüísticas rayanas en lo sádico, que muestran con ensañamiento a sordos, ciegos y mudos, en lugar de 'inaudientes', 'videntes no operativos' y 'discapacitados audiovisuales' y 'minusválidos verbales'; que hablan desvergonzadamente de cojos, de tullidos y de mendigos, en vez de 'desequilibrados extremoinferiores', 'digitoatróficos frontales' y 'reivindicadores de mínimos de supervivencia'.
Dado lo mal que Caín había tratado a Abel y para evitar la atracción que su mal ejemplo podría ejercer sobre los hermanos actuales, cuyo padre en muchas ocasiones desconocen, convendría sugerir que los dos personajes bíblicos habían sido 'homólogos consanguíneos' que tuvieron como 'predecesores biológicos' a Adán y Eva, quienes habían sido 'compañeros sentimentales' en el Edén, es decir, 'cohabitantes emparejados' en el Paraíso.
Le prohibiría también hablar desde el púlpito de concubinatos, como cuando el Feliciano y la Herminia. Habría de referirse a ellos como 'regímenes no matrimoniales'. Y cuando se metiera con maricones y lesbianas, lo hiciera como 'apetentes monosexuales', frente a los 'sexualmente alternativos'.
¡Ah!, y nada de Hostia, palabra que sugiere tortura, porque el Sargento de la Benemérita decía que en cuanto él soltaba dos hostias se ponían firmes hasta los más reticentes. Convenía cambiar la denominación: o 'barquillos consagrados' u 'obleas benditas'.
A don José, el médico, hombre sencillo, campechano y directo, le pediría que cuando lo recibiera en la consulta, no se refiriera a su calvicie y a su caspa, sino a la 'alopecia terminal irreversible' generada por 'escamosis seborreica incontrolable'. Y que su cirrosis la redujera a un 'desgaste no controlable de las células hepáticas'. Le diría también que en sus conferencias evitara términos tan dolorosos como tuerto, bizco o enano, y los cambiara por 'videntes monoculares', 'monodireccionales oculares' y 'personas con limitación de verticalidad'.
Tendría que reunirse con los profesores y profesoras, maestros y maestras del I.E.S. de la villa. Necesitaría ser diplomático, simpático y condescendiente con ellos y ellas, dada la persoanal aspiración a que en un Claustro le sea concedido el honor de bautizar con su nombre al Centro. Los invitaría a café y dejaría caer que llevaran a cabo una 'enseñanza lúdica', aunque los 'parámetros educativos' quedaran en niveles ínfimos. Pediría que, como marca la legislación vigente, hicieran disfrutar a sus alumnos y alumnas en los 'segmentos de ocio', antes 'recreos'. Que nunca impusieran 'castigos', sino 'elementos no pedagógicos de disuasión'; que, cuando llevaran a clase textos de El Correo de la Unesco sobre analfabetos, procuraran sustituir este deplorable vocablo por 'personas poco culturizadas'; que abolieran el 'suspenso' en favor de 'calificación no satisfactoria', a fin de no traumatizar a los padres ni soliviantar a la A.P.A. Después de todo, un alumno suspenso no es sino 'un discente con problemas de aprendizaje'.
--"Los profesores y profesoras, es decir, los docentes y docentas con la condición de cartedrático y catedrática, los maestros y maestras --discurseaba para sí el alcalde-- deben evitar en las aulas cualquier signo de discriminación. Evitarán, en consecuencia, expresiones como 'hacer el indio', 'trabajar como un chino' o 'hacerse el sueco', que reformularán en 'hacer el americano nativo', 'trabajar como un dermatoalimonado' y 'hacerse el rubicundo albino'. Frente a los 'payos', 'facialmente descoloridos', los 'gitanos', serán 'aceitunos de raza romaní'. Ustedes anatematizarán el término 'moro', desbancado por 'magrebí'. Negro, a su vez, será suplantado de todas las frases: 'las van a pasar negras' se transformará en 'las van a pasar subsaharianas'; 'una merienda de negros, en 'una merienda de afroamericanos', y 'tener un día negro', en 'tener un día en negativo' o 'tener un día sin revelar'."
Sin duda don Antonio, el Director, catedrático patanegra, individuo irreductible, pondría inconvenientes.
--"Eso no será posible, señor alcalde --argüiría--. ¿Cómo puede transformarse el romance de "Abenámar, Abenámar, / moro de la morería..." en 'Abenámar, Abenámar, / magrebí de Mauritanía...'? ¡Dislocaríamos la lengua, romperíamos el ritmo y no conseguiríamos nada, pues en Mauritania volvería a aparecer el 'mauro', es decir, el moro. ¿Y cómo trasladar "yo me era mora, moraima, / morilla de un bel catar"? En cuanto a 'negro', dígame usted cómo me las apaño en Sóngoro Cosongo, de Nicolás Guillén: 'Para hacer esta muralla, / tráiganme todas las manos: / los afroamericanos sus manos subsaharianas, / los blancos sus blancas manos'. 'Afroamericano mandingo / le dijo al patrón: / --Subsaharianito con hambre / no coge algodón'. No, no, señor alcalde: destrozaríamos el ritmo de cantidad, de tono y de intensidad".
Al abrir la puerta del Ayuntamiento, Serapio, el alguacil, se puso en pie y se quitó la gorra.
--Señor alcalde, arriba le espera el corresponsal de El Correo.
--Gracias, Serapio... Súbenos dos cervezas, quiero decir 'oro líquido con burbujas'...
E inició lenta y pesadamente el ascenso por la escalera.
--¡Qué pesado, don Antonio! Pues hombre, si se rompiera todo eso, que monte en el Instituto una 'Alfarería de Ritmo Poético', como montó un 'Taller de Ortografía' hace dos años. Por mucho que se rompa el ritmo, siempre será preferible a seguir llamando a Cervantes manco, a Ruiz de Alarcón cheposo, y feo a Leandro Fernández de Moratín. Parece mentira que hombre tan culto no sea capaz de decir 'discapacitado de Lepanto' al primero, 'hiperconvexo espinodorsal' al segundo, e 'irrealizado facial' al tercero.
A la puerta del despacho lo esperaba Sixto, el periodista, que había asimilado perfectamente su idea, después de varias conversaciones en el café. Lo había hecho venir para felicitarlo por la gacetilla que había escrito dando la noticia del accidente de la comarcal 1540. Su final era digno del discípulo más conspicuo: "La víctima, persona cronológicamente muy dotada, sufrió heridas incompatibles con la vida, por lo que le sobrevino una inconveniencia terminal extrema que lo llevó a descansar para siempre en el hogar de la cuarta edad".
La Revista del Jordi, mayo de 2005
Tendría que reunirse con los profesores y profesoras, maestros y maestras del I.E.S. de la villa. Necesitaría ser diplomático, simpático y condescendiente con ellos y ellas, dada la persoanal aspiración a que en un Claustro le sea concedido el honor de bautizar con su nombre al Centro. Los invitaría a café y dejaría caer que llevaran a cabo una 'enseñanza lúdica', aunque los 'parámetros educativos' quedaran en niveles ínfimos. Pediría que, como marca la legislación vigente, hicieran disfrutar a sus alumnos y alumnas en los 'segmentos de ocio', antes 'recreos'. Que nunca impusieran 'castigos', sino 'elementos no pedagógicos de disuasión'; que, cuando llevaran a clase textos de El Correo de la Unesco sobre analfabetos, procuraran sustituir este deplorable vocablo por 'personas poco culturizadas'; que abolieran el 'suspenso' en favor de 'calificación no satisfactoria', a fin de no traumatizar a los padres ni soliviantar a la A.P.A. Después de todo, un alumno suspenso no es sino 'un discente con problemas de aprendizaje'.
--"Los profesores y profesoras, es decir, los docentes y docentas con la condición de cartedrático y catedrática, los maestros y maestras --discurseaba para sí el alcalde-- deben evitar en las aulas cualquier signo de discriminación. Evitarán, en consecuencia, expresiones como 'hacer el indio', 'trabajar como un chino' o 'hacerse el sueco', que reformularán en 'hacer el americano nativo', 'trabajar como un dermatoalimonado' y 'hacerse el rubicundo albino'. Frente a los 'payos', 'facialmente descoloridos', los 'gitanos', serán 'aceitunos de raza romaní'. Ustedes anatematizarán el término 'moro', desbancado por 'magrebí'. Negro, a su vez, será suplantado de todas las frases: 'las van a pasar negras' se transformará en 'las van a pasar subsaharianas'; 'una merienda de negros, en 'una merienda de afroamericanos', y 'tener un día negro', en 'tener un día en negativo' o 'tener un día sin revelar'."
Sin duda don Antonio, el Director, catedrático patanegra, individuo irreductible, pondría inconvenientes.
--"Eso no será posible, señor alcalde --argüiría--. ¿Cómo puede transformarse el romance de "Abenámar, Abenámar, / moro de la morería..." en 'Abenámar, Abenámar, / magrebí de Mauritanía...'? ¡Dislocaríamos la lengua, romperíamos el ritmo y no conseguiríamos nada, pues en Mauritania volvería a aparecer el 'mauro', es decir, el moro. ¿Y cómo trasladar "yo me era mora, moraima, / morilla de un bel catar"? En cuanto a 'negro', dígame usted cómo me las apaño en Sóngoro Cosongo, de Nicolás Guillén: 'Para hacer esta muralla, / tráiganme todas las manos: / los afroamericanos sus manos subsaharianas, / los blancos sus blancas manos'. 'Afroamericano mandingo / le dijo al patrón: / --Subsaharianito con hambre / no coge algodón'. No, no, señor alcalde: destrozaríamos el ritmo de cantidad, de tono y de intensidad".
Al abrir la puerta del Ayuntamiento, Serapio, el alguacil, se puso en pie y se quitó la gorra.
--Señor alcalde, arriba le espera el corresponsal de El Correo.
--Gracias, Serapio... Súbenos dos cervezas, quiero decir 'oro líquido con burbujas'...
E inició lenta y pesadamente el ascenso por la escalera.
--¡Qué pesado, don Antonio! Pues hombre, si se rompiera todo eso, que monte en el Instituto una 'Alfarería de Ritmo Poético', como montó un 'Taller de Ortografía' hace dos años. Por mucho que se rompa el ritmo, siempre será preferible a seguir llamando a Cervantes manco, a Ruiz de Alarcón cheposo, y feo a Leandro Fernández de Moratín. Parece mentira que hombre tan culto no sea capaz de decir 'discapacitado de Lepanto' al primero, 'hiperconvexo espinodorsal' al segundo, e 'irrealizado facial' al tercero.
A la puerta del despacho lo esperaba Sixto, el periodista, que había asimilado perfectamente su idea, después de varias conversaciones en el café. Lo había hecho venir para felicitarlo por la gacetilla que había escrito dando la noticia del accidente de la comarcal 1540. Su final era digno del discípulo más conspicuo: "La víctima, persona cronológicamente muy dotada, sufrió heridas incompatibles con la vida, por lo que le sobrevino una inconveniencia terminal extrema que lo llevó a descansar para siempre en el hogar de la cuarta edad".
La Revista del Jordi, mayo de 2005
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