miércoles, 12 de febrero de 2014

Llanto por la rubia

 
          ¡Qué nefasto 28 de diciembre! ¡No se me arriman las entretelas al cuerpo! ¡Qué día tan aciago! Ya lo predecían los arúspices, lo vaticinaban los agüeros, lo publicaban los heraldos, y nadie, nadie quiso hacerles caso. ¡Escúchenme ustedes y ustedas! Oigan ustedas y ustedes mi desgarrado llanto...
          Tengo apretado el corazón por puño de hierro asfixiante; tengo el corazón invadido por un adiós lacerante. Hoy no puedo, aunque quisiera, compartir chirigotas, reír inocentadas, celebrar bromas. Mi bolsillo, de por sí escurrido, se queda deshabitado: ¡Nunca volverá a ser pela la pela! ¡Jamás la rubia volverá a nuestras manos! ¡Van a dar mulé a la ancianita! ¡Proyectan su asesinato! José Celestino Mutis no mirará más con la lupa, en moribundos billetes asalmonados de dos mil, la Mutisia, flor que lleva su nombre porque fue él quien la descubrió en las selvas de Colombia.
          ¡Ay leandra de mis entreforros! ¡Ay moneda de mis entrepaños! ¡Cinco hadas te hadaron y predijeron tu sino! ¡Siete enanos esculpieron con cinceles tu destino! ¡Diez gigantes protegieron con su potencia tus hados!
          Te engendraron el 19 de octubre de 1868, aunque desde el siglo XVIII ya hubiera habido piezas monetarias con ese nombre. Como hija de honesta y honrada madre, no naciste hasta 1869. ¡Qué rolliza y bien torneada saliste de la ceca! Eso sí, un poco pálida. Eras de plata y medías 23 milímetros de diámetro. Cinco gramos pesabas. En el anverso, parecías talmente tu tatarabuela, la matrona hispana de Adriano, aquella a la que hicieron un retrato en que, tumbada, sus pies se apoyaban en el Peñón de Gibraltar. En el reverso, te grabaron el escudo coronado de España, entre las columnas de Hércules.
          Era 'tan alta tu cuna, es tu estirpe de tan alta rama, que a fuerza de ser alta, cual ninguna, más que cuna dijérase que es cama'. Vienes del solar de la dracma griega y el denario romano, por parte de padre; y por línea materna, del sekhel fenicio y del siclo cartaginés procedes. Por pariente tuviste a la dobla y el maravedí, el ducado y el escudo, el doblón y el real, el peso y el duro.
          Aunque hasta 1902 conviviste con otras monedas (¡qué rozagante, despampanante y coqueta te mostrabas a tus treinta años!), siempre fuiste la preferida del pueblo que acabó dejando en olvido a las otras, pretiriéndolas, excluyéndolas, en tanto tú crecías en fama, notoriedad y estimación, que ya sabes 'por el interés te quiero, Andrés'. Fue ese pueblo, rendido a tu brillo, tu lustre y tus valores, quien te distinguió con una serie de sobrenombres: pela, púa, mariposa, legaña, leandra, beata, castaña, pluma, calandria, patacón, cala, liendre, cuca...
          Del reinado de Amadeo I en adelante, en tu anverso se grabó el perfil de la cabeza del monarca reinante. Las peculiaridades de las cabezas reales sirvieron también para ponerte motes: Durante el reinado de Alfonso XII, el diseño de tu anverso fue cambiando a medida que el rey crecía, y los apodos siguieron los distintos tipos de peinado que el soberano fue adoptando. La moneda con su retrato de bebé se conoció como 'el pelón', más tarde aparecería 'el bucles' y, con posterioridad 'el tupé'. De milagro no resultó aquello la historia del tocado masculino.
          ¡Ya por entonces andabas desmadejada, débil pachucha y chuchurría, que no parecía sino que te hubiera asaltado el mal del naranjo, según rodabas de triste, de lacia, de ajada y marchita!
          'Las solteras son de oro, las casadas son de plata, las viuditas son de cobre, las viejas de hojalata', dice una antigua canción de bodas. En 1933, se hizo la última acuñación de pesetas en plata. En 1937, como viudita que eras ya, se te acuñó en cobre dorado, con el rostro de una mujer de perfil en el anverso. El efecto que producía tu brillo era el de una cabellera rubia inundada por el sol, y a partir de entonces se te denominó 'rubia'. ¡Te habían degradado a calderilla! ¡Habías descendido en la escala del valor crematístico a no ser más valiosa que el material empleado en la fabricación de calderos! ¡Calderilla! ¡Un huracán de furia y fuego me sube al pecho, un rugido leonino aflora a mi boca, golpea alterada la sangre en mis muñecas...! ¡Silencio de metal triste y opaco!
          Y caíste en profunda depresión, y perdiste tus colores allá por 1985. Tan canosa te pusiste, que ya no fue posible llamarte rubia. Para más inri, te consideraste gorda como una foca. Bulímica perdida, volvías la peseta en cuanto te alimentabas. En 1989, te quedaste como la radiografía de un silbido vista de perfil. ¡Qué macilenta, anoréxica, hética, perlética, pelapelambrética, pelúa, pepapelambrúa te arrastrabas por la plaza! Si te caías de un bolso, todos disimulaban, nadie quería mirarte, nadie se agachaba. ¡Ya no eras sino la 'lenteja' de tamaño menor que una 'lentilla'!
          Decrépita, llena de arrugas, sin dientes, con tus remos hinchados y deformados por el reúma, en 1998, con la adhesión de España a los acuerdos de Maastricht, se firmó tu sentencia de muerte, y ahora van a ejecutarla. 
          ¡La peseta se nos muere y en Bruselas la entierran! Y yo que soy pesetero, con obsesión de pesetas, ¿qué puedo hacer sin el ancla de mi pasión pesetera? ¿Puedo acaso ajustarme a una pasión eurera? No puedo, por más que hijo de Eos y Astreo sea el 'Euro' que, poderoso, a Europa se acerca. ¡Solo me queda llorar, porque en Bruselas la entierran! ¡El capitán Alatriste se estremecerá en Breda!

                                                                    La Revista del Jordi, mayo de 2002      


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